¿Podemos fiarnos de los medios?

Occidente no puede permitirse unos medios instalados en la desinformación y la manipulación. España menos

El pasado día 23 un gran dirigente de la escena internacional compareció ante mil quinientos periodistas de todo el mundo y respondió a casi cincuenta preguntas, sin eludir ninguna, durante casi cuatro horas. En ellas se refirió a asuntos internos de su país, pero sobre todo a cuestiones como la guerra en Siria, la situación en Ucrania, las relaciones con Europa, Turquía y los Estados Unidos, la lucha contra el terrorismo internacional, la amenaza nuclear y otros de semejante envergadura. Por supuesto, hablamos del controvertido Vladimir Putin, no del presidente de Estonia o Islandia, pero ¿qué trascendencia han dado los medios occidentales, y no digamos los españoles, a este acontecimiento informativo? No queremos ni pensar qué sucedería, qué locura mediática se desencadenaría si un Obama, que ya nada importa, fuera protagonista de algo así cuando sus ridículas declaraciones pretendiendo que él sí habría ganado las elecciones de noviembre han merecido titulares a mansalva.

Algo ocurre en la prensa occidental y, reitero, no digamos la española, que empieza a pasar de castaño oscuro. Pues no se trata ya de la natural libertad que cada medio debe tener para mantener su línea editorial, sino de signos crecientes de una burda deformación de los acontecimientos, una generalizada desinformación, siempre ideológicamente interesada, que afecta a parcelas crecientes de la actualidad. Las sorpresas generadas en los últimos tiempos por hechos que contradicen el guión de lo políticamente correcto, desde las elecciones americanas a los referendos perdidos por los favoritos de los medios, por no hablar del desenlace bélico en Siria -pese a la gigantesca campaña de apoyo a unos rebeldes "moderados" que sólo existen en la imaginación de los periodistas-, o la consolidación de la derecha alternativa en media Europa -tildada de mero populismo-, no son en buena medida más que pruebas de la mala práctica de los medios dominantes y las grandes agencias de información. La sorpresa tiene que ver, a menudo, más con el fiasco de la apuesta ideológica llevada al límite, en la confianza de que la realidad se plegará a la presión informativa, que con la imprevisibilidad de los hechos. En los tiempos que se avecinan, Occidente no puede permitirse unos medios instalados en la desinformación y la manipulación. España menos.

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