Posrealismo

No sé si existe un emoticono para reflejar el desánimo del relevo del realismo utópico por el posrealismo virtual

Hasta que las ciencias no conciban cómo asimilar un inverosímil vocabulario omnisciente, con un léxico tan inmensurable que describiera todas las experiencias sensibles o cognitivas que percibamos, habrá que ajustarse a las precarias ocurrencias del neólogo de ocasión para ir describiendo, mejor que peor, las modas colectivas.

Es el caso del término posverdad -en español escrito sin t ni guión, como dice la Fundeu-, que el diccionario Oxford ha elegido neologismo del año 2016, porque sintetiza la idea de que lo que aparentaba ser verdad, finalmente fue más importante que la verdad misma; ya que el prefijo post inspira justamente eso, que lo anterior quedó superado, tal y como ejemplifican lo posmoderno, lo posindustrial, o lo posdiluviano para significar la teórica superación (tan vanidosos somos) de los eventos a los que precede. Así que este neovocablo en boga, apela a la nueva política de las emociones y creencias personales que venimos sufriendo en sucesivas experiencias políticas de la última década, reflejando el ambiente populista que, sin respeto alguno por la trágica histórica del siglo XX, aspira a modificar el orden social a través del impacto mediático masivo, nutrido por las vacuas promesas del Brexit, de Grillo, de Trump, etc. Y aunque wikipedia date su origen en 2010, creo que la idea ya venía conceptualizada, al menos desde 1928, por aquel axioma sociológico, conocido como Teorema de Thomas, enunciador de que lo que un colectivo llega a sentir como real, pasa a ser real en sus consecuencias, que es lo que, al cabo, ha venido a lexicalizar el nuevo término posverdad, al proponer que la verdad en sí misma a considerar no es tan importante como la verdad aparente, o la falsa esperanza o la ilusiva confianza considerada que -hoy con más difusión que en ningún otro tiempo, aunque con el frívolo vigor de todos los credos afiebrados de siempre-, se expanda a través de las redes sociales, para que se vote, se opine, se compre, se sueñe y sobreviva más con la emoción banal que con la razón.

Acaso recuerden que el neologismo distinguido el pasado año por Oxford fue el emoticono, esos signos gráficos resucitados en las redes sociales para expresar un estado de ánimo. No sé si existe alguno ya para reflejar el desánimo que genera el relevo del realismo utópico, europeísta, del final siglo XX, por el posrealismo virtual de esta nueva era de irrealidad populista.

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