Cambio de sentido

Primer plano

Esta Navidad iba a disfrutarla con mi familia pero no ha podido ser: me han abducido sus televisores

Hoy quiero confesar. Me da apuro reconocerlo, vaya a ser que ustedes me tomen por hipster, estirada o especialita. Aun así, ahí voy: no tengo tele. Hace lustros que decidí librarme de aquel tortugón varado en el ángulo oscuro del salón. No he conocido el apagón analógico, ni los nuevos canales, ni el beso mundial del portero a su reportera, ni la cobra de Bisbal, ni la peineta de Aznar. Mis temores atávicos me llevaron a tirar aquel oráculo catódico, su altar y su pañito. A ver si iba a ser verdad eso que dicen de que la televisión induce a las ondas cerebrales Alfa y así te inoculan mejor el pensamiento único, qué susto. Temí que llegara un día en que se me olvidara que es posible cortar la tele.

Estos días navideños pensaba disfrutarlos en casa de mi familia pero no ha podido ser: me han abducido sus magníficos televisores. Por fin he podido ejercer ojiplática mi derecho al estupor. He visto mamarrachos, presentadoras soltando paparruchas, psicodelia en los mapas del tiempo, almas de Dios, cantantes de alquiler, deportes ignotos, dentaduras de pegolete, pavisosas, anuncios careros, alaridos farloperos, Frozen. Todo me interesa. Humani nihil a me alienum puto, con perdón. Cada vez que el cuñado cambiaba frenético de canal yo protestaba. Por lo demás, no he dado un ruido. Cual niña de Poltergeist, alguna noche se me ha visto plantar la mano en la pantalla, como queriendo palpar a quienes desde siempre viven dentro de ella. Esa especie de familiares televisivos a los que hace tiempo que no veía parecen demasiado viejos y nada serenos. La tele no los ha tratado bien. A nosotros tampoco, si contemplamos tanta estridencia sin turbarnos. Aun así, frente a la indignidad quedan motivos, a este lado de la vida y la salita, para la esperanza. Un año más, cuando el Rey en su mensaje dio las buenas noches, la familia en pleno respondimos: "Buenas noches". Que el saludo no hay que negárselo a nadie. Después -la tele de fondo- seguimos a lo nuestro.

No sé si se han fijado, pero a no pocos presentadores le hacen ahora el plano más corto. Salen más de cerca, cómplices, confidentes. Todo primer plano es moral, más les valiera a los de la tele recordarlo. Cuanto más se arriman más se les nota la conciencia y el cartón. Ya de vuelta a mi casa sin caja tonta, pongo en hora los relojes: un año más, ante una exigua y amadísima audiencia, volveré a presentar las uvas a golpe de cacerola y a desear -ahora también a todos ustedes- un felicísimo año.

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