Respeto, don de pocos

Nuestra concepción de la realidad se ha ideado desde los cimientos equivocados

Es cierto que todo es mucho más fácil cuando un individuo está sujeto a un sistema democrático, social y de derecho. Dicho señor o señora puede pavonearse ante todos, pasear su larga y roja cola por todas las plazas. Incluso ostentar, como los dioses del Olimpo, sus vidas y sus milagros. Pero, mi querido lector, una cosa es jugar con trastos de niños y otra muy distinta es hacerlo con los quehaceres de los mayores. Quizás, por eso, tendríamos que plantearnos hasta qué punto está la ética y la moral para permitir la búsqueda de la notoriedad pública a costa de lo que sea. Deberíamos de preguntarnos si existe algún tipo de límite para aquellos que están dispuestos a vender la poca dignidad que tenemos, con tal de lograr sus objetivos.

El problema viene cuando son las libertades de otros las que se cuestionan. Cuando el dolor que asalta sobre el pecho tiene el nombre de mujer o ultrajan la camisa sudada del vecino de enfrente, como decía el viejo poeta. Hacerse el héroe o el subversivo en un país democrático, sinceramente, no tiene mucho mérito. Por la sencilla razón que no existe ningún tipo de virtud, sacrificio o exposición. El merito o el arrojo son, por ejemplo, los cascos blancos de Alepo, los médicos sin fronteras o el poeta palestino Ashraf Fayadh condenado a muerte por un tribunal por simplemente negar la existencia de un dios. Ya sé que cualquiera en esta vida puede ser un héroe. Lo sé. No lo pongo en duda. Pero esta nueva cultura de negar lo evidente, nos conduce a esta podredumbre que llevamos amarrada en el pecho. Esta apatía que no nos deja crecer. Esta nostalgia que aplasta las pocas luces a las que somos abocados. Eso es lo que hace que nosotros, aquí, en nuestro humilde hogar, nos demos cuenta que por mucho que queramos cambiar las cosas no podremos -ese sentimiento de mediocridad que nos inculcan, ese vacío al llegar a casa que cargamos, porque parece que no somos nadie ni nada. Nuestra concepción de la realidad se ha ideado desde los cimientos equivocados. O, mejor dicho, desde aquellos postulados que lo único que nos conduce es al fracaso como individuos, a la derrota como seres humanos.

Quizás es hora de empezar a tomar conciencia de que sin el resto a los demás, no vamos a ningún sitio. No podemos edificar esa justicia social que tanto proclamamos a gritos, si no estamos dispuestos a respetarnos los unos con los otros.

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