Sacralización de la tontería

En el pasado, ni tan siquiera a Miguel Ángel se le permitían esas licencias

Acabo de leer por fin, después de muchas recomendaciones, el libro que lleva por título "Retrato de Giacometti". Y he de decir que, pese a lo bien que solían ponérmelo, a mi me ha parecido una tontería y una perversión. Me explicaré. El texto cuenta las dieciocho sesiones de pose a las que el autor, James Lord, se sometió para ser retratado en un óleo sobre lienzo por Alberto Giacometti en 1964. Narra con especial interés los diálogos mantenidos entre pintor y modelo. La publicación se documenta con dieciocho fotografías del cuadro, correspondientes a la evolución de la obra, tomadas al final de cada una de las sesiones pictóricas. El autor escribe desde la admiración que profesa al artista, por otra parte una celebridad ya en el momento de la realización del cuadro, cuando todos los museos europeos y americanos se disputaban sus obras, disparadas de precio por el mercado del arte. Lord traza -de forma aburridísima, cansina y repetitiva- el perfil de un artista que no sabe lo que quiere ni a dónde va; un artista consciente de sus limitaciones que persigue un imposible, un inalcanzable. Giacometti habla de sí mismo como un mal pintor, sin las facultades necesarias para conseguir sus objetivos como creador; una y otra vez hace y deshace la cabeza del retrato sin encontrar lo que busca, si es que realmente lo sabe. Pese a todo, parece no importarle que el cuadro le salga una birria; podría interrumpirlo en cualquier momento, lo mismo le da que sea mejor o peor, cuándo empiece o cuándo acabe. No tiene el menor reparo en firmarlo sin que realmente le satisfaga y en enviarlo a una importante exposición. Tampoco en venderlo en una gruesa suma. En el fondo, es un artista caradura y oportunista, indigno, que se aprovecha del estatus que una sociedad le ha otorgado. La perversión del libro consiste en presentar todos estos aspectos del creador como virtudes y signos inequívocos de su genialidad. Eleva la torpeza y la ineptitud, así como la duda permanente y la indecisión prolongada en el tiempo, como rasgos necesarios del creador contemporáneo, que la sociedad ha consentirle y encima reírle la gracia. En el pasado, ni tan siquiera a Miguel Ángel se le permitían esas licencias. Es la sacralización de la tontería como rasgo genuino del arte contemporáneo.

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