Salario mínimo interprofesional

El jornal es sólo la punta de la manteca. Que así es como se cuecen las más honrosas y honestas venganzas

Siguiendo en la línea de la cuestión planteada por escritor Camilo de Ory, a los pobres no les pertenecen los principios y las teorías que actúan sobre qué lado caerá la tostada con la mantequilla. Quizás, porque los pobres al no tener ni siquiera manteca, no pueden plantearse de qué lado caerá la tostada. Quizás, a lo sumo, podrán preguntarse si caerá finalmente alguna tostada. Y si llegado el caso fuere, con eso simplemente se conformarán. Con poder llenar una noche más el estómago, si cabe, y dormir con menos angustia de lo normal. Y es que la mantequilla, por antonomasia, es el producto patrio de ciertos sectores económicos que utilizan tal sutil alimento para untar o para acometer como prefacio alimenticio según qué objetivos o intereses.

Desde un punto de vista empírico, la manteca supone un impulso para desarrollar las grandes relaciones humanas. Creando el espacio perfecto para la merienda retórica que supone enfrentarse a ciertos ambientes donde lo que prima, que no primo, que como nosotros muchos y abundantes, es el cobijar ciertos cilindros troncocónicos en la parte final del intestino grueso: el colon. Quizás, de ahí, el descubrimiento. Esa cierta desazón que supone que un miembro o una miembra, según se mire, que no mirra, se introduzca en su alojamiento correctamente. Alojamiento o lugar común de estancia que no es otro que el ciudadano. Y aunque parezca un poco manido, siempre nombrar el mismo receptor o donador, según se piense o se actúe, pues a veces en lo sencillo el gusto está y, por ende, el buen sabor queda.

Y llegados a este punto de esta pequeña y sucinta disertación, usted, mi querido lector, se preguntará qué tiene que ver el salario mínimo interprofesional con la mantequilla, los churros con las merinas. Pues eso. Que el jornal es sólo la punta de la manteca. Que así es como se cuecen las más honrosas y honestas venganzas. Untando de mantequilla al ciudadano por un lado, mientras que por el otro nos asestan el hachazo. Y es que el golpe final no es el aumento del salario en sí, sino que los impuestos, los pagos y el erario público ya se encargarán de que el sueño de ver incrementado nuestro sueldo en cincuenta euros, no nos sirva ni si quiera para rellenar un mondadientes. Y si no es así, tiempo al tiempo, porque siempre nos quedará ver de qué lado cae la tostada, si es que cae.

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