VA a ser difícil para mí escribir este artículo sin emocionarme, sin soltar una lagrimita como la que ya se me fue el sábado por la noche, no por la derrota del Blanes BS, porque se podía perder igual que ganar, sino porque Pascual, sangre de mi sangre, no podía haber cumplido su ilusión de despedirse de la afición, SU afición, con un triunfo. Eso fue lo que más me dolió y, al verle roto tras la toalla y luego en mitad de la pista, ni pude ni quise contenerme y crucé corriendo el parquet para darle el último abrazo que recibió sobre una cancha de baloncesto en Almería (la foto está abajo a la derecha).

Siempre ha estado ahí, haciendo no solo la función de primo mayor, sino también la de amigo, la de confidente, la de consejero, la de influencia (ya fuera buena o mala, pero cuánto le agradezco ésta última, la de liante), la de modelo a seguir. Porque, igual inconscientemente, siempre quise ser como él, seguir los pasos que él iba dando.

Donde no pude seguir sus pasos fue sobre las canchas, pero ahí estábamos, él jugando y yo escribiendo. Recuerdo su primera canasta en Liga EBA, con 18 años. Yo, que entonces tenía solo 14, hacía mis primeros pinitos en Canal Almería TV. Mi tío (su padre), me ayudaba en los comentarios y se emocionó cuando Pasku cogió el balón bajo aro y la dejó dentro, y yo tuve que salir al paso, con la misma emoción, para narrar esos primeros puntos.

Han pasado doce años desde entonces y Pasku dejará de jugar en Almería. Lo hará en Granada, a donde se marchará una vez acabe el verano. Allí le espera Brenda, su futura señora. Y el verano se hará corto, sin duda, apurando las últimas salidas nocturnas, las últimas cañas, las últimas copas. Pero sé que siempre estará ahí cuando le necesite. Siempre lo ha estado. Y nunca me cansaré de agradecérselo, pero sé que si lo hago es capaz hasta de soltarme una colleja. Y, al final, sí que he soltado una lagrimita. Más de una…