Resistiendo

Andrés García Ibáñez

Técnicos, burócratas y políticos

EN todas las profesiones hay distintos grados de cualificación, calidad y eficacia. Hay una mayoría de profesionales mediocres, unos pocos buenos, unos poquísimos excelentes, y un porcentaje nada desdeñable de abiertamente malos. Buena parte de estos últimos podemos encontrarlos en las administraciones, campando a sus anchas y haciendo ley de su necedad. Muchos mediocres viven sin problemas, trabajando por su cuenta o en empresas. Los buenos son casi siempre autónomos de los que depende, en buena medida, la calidad que hoy se ofrece escasamente, y por la que se cobra de forma desorbitada.

Todo esto y lo que diré a continuación, contempla, obviamente, sus excepciones, que no hacen sino confirmar la tónica dominante. El técnico o burócrata suele tener un conjunto de defectos y males endémicos derivados de su escasa cualificación, que unida a la falta de materia gris genera individuos torpes, lentos y malintencionados.

Este último aspecto se materializa en la envidia hacia otros profesionales de su misma rama que viven bien como autónomos y cosechan prestigio. También en la chulería, la prepotencia y el desprecio. La posesión vitalicia del puesto de trabajo, propia del funcionario, genera aún más atontamiento y lo que es peor, gandulismo crónico. Se vuelven legalistas irreductibles que no están dispuestos a encontrar excepciones a la generalidad. Más papistas que el papa, hacen una defensa a ultranza de la norma, cuando la realidad es que son unos vagos que evitan todo resquicio que les haga trabajar, salvo cuando reciben órdenes desde arriba, obviamente.

Las resultas de todo esto se cifran en una inversión alarmante de toda lógica; los que debieran estar trabajando para hacer lo que la sociedad les tiene encomendado, lo hacen para generar problemas muchas veces irresolubles.La relación con los cargos políticos de su administración no suele tener medias tintas. Si sus puestos no peligran o el cargo político no es importante, se hacen sus santas voluntades y se rien, si hace falta, en la cara del político.

Si este último es ya de altura o tiene poder para defenestrarlos, se tornan estómagos agradecidos y lameculos reptantes. Por lo general, muchos funcionarios son, a un tiempo, serviles con el de arriba y despóticos con todos los demás.

Si escasa o nula es la cualificación de algunos técnicos, la del político si cabe, menor aún; esto es, de saldo negativo. Cuando un necio asesora a un ignorante supino y este lo escucha como a un sabio y firma a ojos cerrados los informes que le escribe el primero, tenemos todas las papeletas del colapso. Que no nos pase nada.

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