Vacio

En ausencia de sencillez es preciso buscar la simplicidad, esa claridad, humildad y honradez de nuestra infancia

Miré mis bolsillos y no encontré nada, tan solo unas monedas y una entrada de cine gastada y en desuso; seguí buscando y solo encontré enseres intranscendentes y abocados hacia el olvido. Nada, nada de nada, aparecía entre mis ropas, acaso en mi interior, salvo el deseo de llenar aquella ausencia de la manera que fuese.

Busqué en mi rutina y solo encontré odio ajeno a mi profesión, incapacidad financiera para encontrar la felicidad y sacrificio (el sacrificio de la sociedad del cansancio, de la extenuación y de la autoexigencia). No me di por vencido; seguí en mi búsqueda y miré a mí alrededor. Mi generación estaba carente de formación moral, de una cultura humanística mínima, de una cobertura cívica suficiente. Más allá de la formación académica solo había márgenes y extrarradios de la cultura. Solo encontré en el horizonte un cúmulo de lugares comunes basados en las falsas ideas de la prosperidad.

Si Maquiavelo levantara la cabeza… En ese momento comencé a andar por la Avenida Mediterráneo. Llegando al centro comercial me detuve; no podía respirar, un gran abatimiento se apoderó de mí y casi estuve a punto de gritar como Munch para dejar escapar la ansiedad. Ante mis ojos encontré a un niño pequeño que estaba como ausente y ensimismado en sus juegos infantiles.

Me acerqué para observarlo. No percibió mi presencia. Entonces recordé el niño que fui y aquellas tardes de Barrio Sésamo en las que Espinete deambulaba por la calle en busca de sus amigos. Tal vez Coco aparecía entre escena y escena, y tras él la Rana Gustavo. En mitad de mis memorias tuve nostalgia de aquella claridad y añoré volver a tenerla. Pero un empeño de ese tamaño era difícil a estas alturas.

La búsqueda deliberada de la sencillez solo podría traducirse ahora como una forma de simplicidad -que no era lo mismo, pero que al menos era suficiente-. ¿Pero qué era la simplicidad? ¿La simplicidad era lo mimo qué la sencillez? No supe responderme a esa pregunta y abandoné agotado tal pretensión.

Me contenté mirando al niño frente a mis ojos y evocando mis recuerdos: La Bola de Cristal, La Bruja Avería, Pedro Reyes, Alaska y Dinarama. A estos los veía esos sábados por las mañanas en los que madrugada más de lo previsto y encendía una telefunken Pal Color sin mando y en blanco y negro. Entonces me pregunté: con lo fácil y claro que resultaba todo, ¿qué demonios hemos hecho con el mundo?

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