Wild side

El Víbora y Anarcoma eran, también con Taxista, pólvora para hacer estallar la fuerza de atracción de la manada

De las entrañas libertinas subían al cerebro prohibidas sus páginas escondidas junto con la nicotina en las terrazas de madrugada y volvía lo secreto e inalcanzable, lo efímero, lo que siempre tenía un final aciago que te llevaba al redil de la compostura. Sus pinceles venían de faros y profesores raros que descubrían el mundo, el cómic y la música. Supe que volvió aquella tarde el sabor dulzón que siempre termina en la absoluta nada de las buenas costumbres. Perlas de kioscos a cien pesetas llovían verdes y opiáceas y ahora vuelven maduras y frías, sintéticas, nobles, bendecidas, plastificadas, todavía con la lacra de la excomunión, el mismo censor de lápiz y cencerro les echa ahora el agua bendita de la tapa dura. El Víbora y Anarcoma eran lo menos indicado para cultivar ciudadanos de postín y familia ancestral. El Víbora y Anarcoma eran, también con Taxista, pólvora para hacer estallar la fuerza de atracción de la manada. El hombre es un ser grupal, comunitario, tribal y hasta los diferentes se agrupan para ignorar al diferente que no se agrupa con ellos. En el planeta de vestiduras rasgadas y gritos incesantes la curia pagana que habitaba en las catacumbas ha salido a la luz y ahora se toca con mitra, blande báculo y proclama su homilía diaria de cámara y micrófono. Yo digo, lo repudio ahora, mañana lo bendigo. Yo digo, la pornografía en el cómic original con grapa, vulgaridad sea. Yo digo, la misma pornografía en el cómic, editada en tapa dura, cultura sea. Ordeno y mando desde mi tribunal de orden público. Mientras, Nazario, el irredento, escupe en tus filípicas de estadista con sobrino estraperlista y recolorea su enjambre nocivo. Anarcoma, el detective trans, reeditado (como todo lo falso, en lujoso volumen de mentira) ya no inyecta dosis de evasión, como un sucedáneo te miente y tú te esfuerzas en creer que es la sustancia original. Como un remedio homeopático que ya puedes poner en la biblioteca del salón (junto a los cuatro libros que no tiraste porque hacían juego con los muebles nuevos). Porque nadie va a reparar en él, en ese objeto extraño que hace feo en los salones en su vacía progresión hacia la pulcritud. No lo mires, no lo compres, no lo pidas, no lo busques. Sigue celebrando bodas de plata canónicas y haciéndote selfies. No te intereses por Anarcoma y Nazario. Sigue en tu mundo de aplausos indicados por el regidor con un rótulo luminoso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios