CUANDO Golucho inauguró su muestra en Almería, alguien habló del esfuerzo casi sobrehumano del proceso creador de su obra. Él, sin embargo, ironizó a modo de protesta: "esfuerzo, trabajo, es el que hacen los albañiles". Porque sabe que, su lucha excesiva y terrible, no siempre da la obra que desea, y que ese denuedo, brío y dedicación, esa exigencia ilimitada, puede frustrar, en ocasiones, lo que se lleva adentro.
En esa "soledad del límite", la pasión o el vigor en la obra es, a veces, el castigo de Sísifo, el ahínco por llegar a la cima, para rodar en la pendiente y comenzar de nuevo. Y es que Golucho no hace concesiones consigo mismo, y mucho menos con cualquier corifeo: después de muchas horas o meses de emplearse a fondo y en constante tensión, en ocasiones, coge el dibujo de enorme formato en el que ha volcado su vida, y lo destruye.
Algunos amigos y artistas pueden sentirse estremecidos o estupefactos mas, su exigencia de calidad, fuerza, alma, o golpe de iluminación, no conoce la debilidad. Para quien reclama la categoría del oficio artesano, todos los sentidos y el ser entero sobre la obra en proceso, se trata de ser honesto y responder de manera radical a sus principios.
Golucho se opone a la facilidad y a la felicidad insustancial de la creación contemporánea, como él dice: "a las franquicias", "el pret a porter" y a la "hamburguesería artística".
Su obra es agónica, de lucha encarnizada, muy pasional, azuzada por emociones de intensidad y paroxismo, ante los cuerpos de seres en estados extremos: la vejez, la enfermedad, el insomnio, el sufrimiento, el maltrato, la soledad, el desgarramiento interior, la pena inconsolable o la necesidad límite de ternura.
Es el alma desnuda que muestran los cuerpos en su completa desnudez, la realidad en su mayor crudeza, llena de llagas, roturas y jirones.
Donde algunos ven texturas, papeles rasgados, epidermis arañadas, soportes partidos o impulso violento de su estética, otros vemos las marcas de los padecimientos de una humanidad ennoblecida, que se muestra con las señales del vivir y el morir a bocanadas, que nos miran al centro más hondo y nos traspasan con la angustia o la dulzura de seres en acción interior.
El Ojo de su hija Alma nos atraviesa y conmociona, con la delicadeza más exquisita, con una ternura, un amor y un misterio infinitos que, nos habla, nos pide o exige algo muy esencial, a esta especie a la deriva, precipitada en su curso de odio y podredumbre.
El Ojo de Alma mira, dialoga y lee por los adentros de las almas.
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