Torre de los espejos

Juan José Ceba

El alma de la realidad

CUANDO Golucho inauguró su muestra en Almería, alguien habló del esfuerzo casi sobrehumano del proceso creador de su obra. Él, sin embargo, ironizó a modo de protesta: "esfuerzo, trabajo, es el que hacen los albañiles". Porque sabe que, su lucha excesiva y terrible, no siempre da la obra que desea, y que ese denuedo, brío y dedicación, esa exigencia ilimitada, puede frustrar, en ocasiones, lo que se lleva adentro.

En esa "soledad del límite", la pasión o el vigor en la obra es, a veces, el castigo de Sísifo, el ahínco por llegar a la cima, para rodar en la pendiente y comenzar de nuevo. Y es que Golucho no hace concesiones consigo mismo, y mucho menos con cualquier corifeo: después de muchas horas o meses de emplearse a fondo y en constante tensión, en ocasiones, coge el dibujo de enorme formato en el que ha volcado su vida, y lo destruye.

Algunos amigos y artistas pueden sentirse estremecidos o estupefactos mas, su exigencia de calidad, fuerza, alma, o golpe de iluminación, no conoce la debilidad. Para quien reclama la categoría del oficio artesano, todos los sentidos y el ser entero sobre la obra en proceso, se trata de ser honesto y responder de manera radical a sus principios.

Golucho se opone a la facilidad y a la felicidad insustancial de la creación contemporánea, como él dice: "a las franquicias", "el pret a porter" y a la "hamburguesería artística".

Su obra es agónica, de lucha encarnizada, muy pasional, azuzada por emociones de intensidad y paroxismo, ante los cuerpos de seres en estados extremos: la vejez, la enfermedad, el insomnio, el sufrimiento, el maltrato, la soledad, el desgarramiento interior, la pena inconsolable o la necesidad límite de ternura.

Es el alma desnuda que muestran los cuerpos en su completa desnudez, la realidad en su mayor crudeza, llena de llagas, roturas y jirones.

Donde algunos ven texturas, papeles rasgados, epidermis arañadas, soportes partidos o impulso violento de su estética, otros vemos las marcas de los padecimientos de una humanidad ennoblecida, que se muestra con las señales del vivir y el morir a bocanadas, que nos miran al centro más hondo y nos traspasan con la angustia o la dulzura de seres en acción interior.

El Ojo de su hija Alma nos atraviesa y conmociona, con la delicadeza más exquisita, con una ternura, un amor y un misterio infinitos que, nos habla, nos pide o exige algo muy esencial, a esta especie a la deriva, precipitada en su curso de odio y podredumbre.

El Ojo de Alma mira, dialoga y lee por los adentros de las almas.

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