La esfera

Ignacio Ortega

El casco histórico

CADA día este trozo de ciudad apaga lento su color histórico que precede al definitivo ocaso, si nadie lo remedia. A veces las nubes negras alumbran el cielo más cercano a las terrazas, como un preludio de su futuro. A veces la brisa se salta ese murallón del Puerto y se hace con el mando del aire para caer en nuestras cabezas y en las terrazas como una red de mal agüero que nos encerrara a diario en el desaliento o nos vistiera con el luto de la muerte lenta a la que parece condenado este barrio.

Hoy por la hedorosa calle de Braulio Moreno me he vuelto a tropezar con una locuela de esas renegrecías mestizada, mano partida al talle y un velo blanco intenso que alumbraba un pálido rostro, remeneo de culata y tumbe lánguido en sus párpados que vestía una camiseta de Camarón. No me pude contener. Le pregunté si sabía quién era Camarón. Sonrió tímidamente, ni me contestó.

Y digo la calle Braulio Moreno, como cualquier otra, porque es como el diagnóstico del olvido, como una estrategia de despropósitos de la visión municipal, una calle que, como el mar, te devuelve tarde o temprano todos los humos y pecio que deja este barco a la deriva que es el barrio.

Antes el hombre del campo y los meteorólogos rurales de este barrio dicen que miraban al cielo para asegurarse sus beneficencias, la lluvia, o para prevenir la contrariedad. Hoy aquí hay que mirar el cielo, limpio o cubierto, pero siempre como resultado de una queja, de un abandono, la ruina bella y numantina de unas casas que se desploman, la suciedad de sus calles, el paisaje urbano ofendido en cuyo proceso de desmantelamiento la clase política es vanguardia tras la que todos colaboramos, además, con cientos y cientos de carajones y cirutos de perros. Nada. Apenas una iniciativa que contemple alguna interesante actuación esperanzadora; apenas un impulso que revalorice su silueta, un destino que ponga en valor sus recursos turísticos…

Y resignados, en fin, a los envites del desdén municipal contemplamos embobados mirando al cielo la forma que las nubes a veces producen volutas, asemejando a caras, animales o países. Y comprobamos finalmente que ese cielo que diseña auroras y crepúsculos en seria competencia bella con los de Granada y el Cabo de Gata, está rayado a menudo de estelas de aviones y pienso que el futuro viaja sobre nuestras cabezas rumbo siempre a otro lado, compartiendo beneficios en ajenos lares, dejándonos sólo tiras de humo y nubes de tormenta, que presagian todo el desgarro de sus gentes, todo el olvido a tanto mestizaje cultural, a tantos siglos de historia.

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