De ciencias

Hasta ahora nacíamos biológicamente iguales, o casi. Dentro de poco ni tan siquiera será eso

La igualdad es un derecho equívoco que sólo tiene sentido usar -y hasta exigir sin paliativos-, al tratar de dignidades o de oportunidades: en éstas, con la educación a la cabeza. Porque en lo demás, donde exista libertad, los humanos, al contrario que las amebas -justo por culpa del sexo, que ellas no tienen- serán disímiles. Sin remedio. La historia enseña que los afanes ideológicos para homogeneizar la especie humana, además de torpes, resultaron tan sanguinarios como inútiles. Y que hasta ahora las artes eugenésicas clásicas no merecían más prestigio que el toreo de salón. Sin embargo hoy la ciencia está logrando descifrar y manipular a capricho el genoma humano, proceso que si por un lado sanará disfunciones o tumores, también por otro potenciará la desigualdad radical entre las criaturas, ,según se hayan sometido o no a las técnicas para enriquecer sus capacidades básicas -intelectivas o físicas-, relegando a quienes no pudieran costearse el tratamiento adecuado. Porque resulta inverosímil que el acceso a tales panaceas científico genéticas -que ya están aquí, oiga-, se socialice y ponga a disposición de todos. ¿Quién lo va a creer? Nadie, por supuesto. Así que lo que hasta hoy era puro azar genético, la nueva tecnología embrionaria lo ha tornado en privilegio científico que arramblará con cualquier atisbo de igualdad de oportunidades, ese pilar basilar de la justicia social, con la que muchos sonábamos. Y ante este tipo de retos bioéticos que afloran entre el amoral avance de la ciencia, cómo reaccionará la conciencia de occidente; qué regulación ofrecerá el orden jurídico para adaptarse a estos torbellinos científicos, como el de bebés de diseño y su potencial metamórfico, ya idílico acaso trágico, de la sociedad. Porque ríase de las desigualdades socioeconómicas tradicionales comparadas con las biogenéticas que nos acechan. O mejor no, no se ría porque aquellas serán sin duda el mejor salvoconducto para acceder a éstas, o sea a las supercapacidades orgánicas que marcarán el devenir jerarquizado de las próximas generaciones, abriendo un abismo, tal vez irreversible, entre los biotipos humanos. Porque ¿quién, pudiendo costearlo, va a privarse de dotar a sus hijos de más inteligencia, más salud, más simpatía y memoria que los del vecino? Hasta ahora nacíamos biológicamente iguales, o casi. Dentro de poco, ni eso. Y por cierto, ¿quién decía de suprimir la filosofía?

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