El conciliábulo

La industria alimentaria supone uno de los mayores potenciales para la conspiración

L style="text-transform:uppercase">LEVO un año leyendo diversas teorías conspiranoicas sobre nuestro occidente y los hilos de poder. Algunas vienen directamente de la plutocracia y otras desde el seno de la geopolítica, aunque no sé si esta última se la puede llamar así o si, en realidad, es una forma más de la anterior. El caso es que la conspiración está servida. Y sin desmerecer unas u otras, ante la falta de evidencias, lo cierto es que la humanidad siempre ha estado inmersa en una gran confabulación, pero no en una cualquiera sino en la misma de siempre: la del fuerte contra el débil; y esa y no otra es la que está implícita en nuestra naturaleza y la que de vez en cuando muda la piel para disfrazarse e insertarse en las diferentes facetas del ser humano adquiriendo diferentes nombres. En los últimos meses, y siguiendo esta idea, me he encontrado con otra conjura no menos interesante y a mi juicio de mayor credibilidad. Está claro que quién controle las emociones es quién manipula la razón y a su vez la sociedad en la que vivimos. De ese control se han encargado muchos estudio ya conocidos: publicidad subliminal, exceso información para bloquear lo cognitivo, y etc; pero hay una manera que ha pasado desapercibida: la alimentación. Ya se sabe que un tipo de dieta inhibe las emociones y crea depresión. La comida basura inhibe la Serotonina (neurotransmisor), facilitando la depresión, la obsesión y creando problemas de autoestima. Con esto el individuo se hace vulnerable para la manipulación a través del consumo descontrolado de alimentos ricos con Dopamina (en la comida rápida), con ello entramos en el juego de las recompensas y adicciones, condicionamientos, tal como en el consumo de drogas. En el colegio Baylor de Medicina, en Houston, tienen esto muy claro y que hay una relación directa entre psicología y alimentación. Bien, a la vista de lo dicho, creo que hemos perdido el tiempo culpando a plutócratas, sociólogos, políticos, y etc. Tendríamos que habernos centrado en quién controla la industria alimentaria, y la farmacológica, que no permite alimentos sanos y saludables y que coartan a los emergentes ecológicos y los provenientes de las economías sociales; tendríamos que haber pensado por qué el indice de enajenación moral va en consonancia con la mala alimentación; y por qué hay una relación directa entre libertad y alimentación. Se nos ha pasado del todo.

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