La delgada línea

Hoy por hoy no veo mucha diferencia entre adorar a un madero o a una máquina, la verdad

La ilusión de una vida más fácil a través de la tecnología se viene asentando en nuestras creencias mientras teje una frontera cada vez más difusa con nuestra libertad de elección. Claro que eso de la libertad de elección también es otra fantasía en tecnicolor y cinemascope que se agiganta conforme las modas van y vienen. El asunto, en términos castizos, tiene mandanga. Si para mantener el contacto con el entorno, para comunicarnos cómo, cuándo y con quien se quiera y para acceder al mundo que nos circunda hay que salirse de él para entrar en otro virtual plagado de rostros sin cuerpo y voces sin sonido, con el añadido de ir haciendo adaptaciones de calado técnico en nuestro micro cosmos y nuestra micro sinapsis neuronal, se me figura un precio desproporcionado a la par que accesorio. Vale que la existencia o falta de afinidad nos condicione con respecto a la aceptación o el rechazo de quienes nos vamos encontrando por el camino, pero si no compartir el consumo de determinadas tecnologías te deja de manera automática fuera de juego me parece rozar el fanatismo. Me pregunto si no será que asumimos la valía y necesidad de todo lo que nos llega por arrastre de ir con la corriente. La reflexión no suele entrar en juego cuando todo y todos a tu alrededor predican las bondades de lo novedoso. Una vez más se cumple en sí mismo el argumentum ad numerum, o mejor decir no que se cumple, sino que es utilizado sin dar más vuelta al asunto, casi como en una contienda: o estás conmigo, o estás contra mí. Y sí, casi que es así cuando de manera firme pero sutil te dejan caer que si quieres estar en la partida tienes que ponerte el uniforme correspondiente. Las religiones ya no son lo que eran, aunque sigan enarbolándose como estandarte para la defensa a ultranza de los credos que las sustentan. Hoy por hoy no veo mucha diferencia entre adorar a un madero o a una máquina, la verdad. Que cada cual confíe su alma a quien elija deja de ser inocente cuando se pretenden acólitos a la fuerza o por aburrimiento del contrario. Y si, poniendo el enésimo ejemplo del whatsapp, no te sumas al redil digital instantáneo, eres un carcamal reaccionario, una especie de enemigo latente al que vigilar, de quien defenderse y, llegado el caso, a quien atacar no sea que te rebeles Olivetti en mano y te líes a porrazos indiscriminados sobre cualquier tuitero en mitad de la calle. ¡Pa lo que hemos quedao!

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