Los enemigos de la sociedad abierta

Nunca hemos tenido gobernantes que hayan procurado la formación el espíritu crítico-tolerante

U NO de los títulos más influyentes de la filosofía política del siglo XX es "La sociedad abierta y sus enemigos", publicado en 1944. Su autor, Karl Popper, define en él con certera clarividencia y dotes anticipatorias los factores determinantes para la salud de una democracia, entendida como un espacio de libertades individuales donde el diálogo y la tolerancia son la única salida a la permanente confrontación entre intereses diversos y en ocasiones contrapuestos de los grupos o individuos. Sostiene Popper que lo importante no es articular mecanismos para elegir a los mejores gobernantes, sino para poder sustituirlos por otros cuando no actúan bien. Se trata de prescindir de malos o ineptos gobernantes, de una forma fácil y pacífica, cuando su acción ocasiona daño a las instituciones, a la política y a la democracia. La sociedad tiene que poder criticar la gestión de sus gobernantes y tener la capacidad de sustituirlos de una forma rápida para evitar males mayores. Una sociedad es "abierta" cuando los individuos expresan en libertad opiniones que pueden ser contrapuestas y equivocadas; un contexto en el que, por tanto, se precisa de la tolerancia y el diálogo para llegar a pactos y entendimientos. En esta sociedad, el Estado ha de procurar una formación, renta y salud dignas a los habitantes, para que éstos puedan ejercer libremente la crítica. La actividad clave de la sociedad abierta, por tanto, es el racionalismo crítico de sus habitantes, donde se valora al individuo por encima del grupo. En el lado opuesto, una sociedad cerrada es aquella que potencia la emocionalidad del colectivo en detrimento de la individualidad, usando para ello discursos, ritos y mitologías donde prima la emoción irracional que seduce y manipula a grupos enteros, dirigiéndose a su lado más gregario e instintivo. De todo ello se sigue que una sociedad como la española no ha sido nunca abierta, y sigue sin serlo. Nunca hemos tenido gobernantes, ni en el pasado ni en el presente, que hayan procurado la formación racional, el espíritu crítico-tolerante y la libertad individual de las personas. Lo español más distintivo es sinónimo de emotividad irracional, y un pueblo preso de sus pasiones ancestrales no tiene la menor actitud democrática. Ese es nuestro problema.

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