El escultor sabio

Decía no interesarle ya más que el Arte Antiguo, el de las grandes civilizaciones, Grecia y Roma

El pasado domingo, tras una breve enfermedad, nos dejó el escultor Paco López Hernández a los ochenta y cuatro años de edad. Hombre callado y modesto, creador hasta cierto punto oculto, trabajó toda su vida en pos de un ideal muy elevado: retratar el mundo, su mundo más cercano, con el oficio escultórico de los antiguos, emulando su contención, sabiduría y equilibrio. Paco perteneció a un grupo de pintores y escultores conocido como Realistas de Madrid, en el que Antonio López ha sido y es, probablemente, la estrella que más brilla por méritos propios. Los Realistas de Madrid siempre tuvieron un puesto de honor en la historia de la modernidad española, pese a nadar contracorriente en un tiempo de integrismos estéticos, aunque su consagración definitiva se operó hace muy poco, el pasado año, durante la celebración de una gran muestra a ellos dedicada en el museo Thyssen. Para entonces, según me cuenta Antonio, Paco estaba ya fastidiado; todos, en el fondo, esperaban este desenlace. Personalmente conocí a Paco cuando, hace unos años, preparamos una exposición sobre el Realismo español que itineró a varias sedes después de estrenarse en el patio de la Diputación, aquí, en Almería. Muchos la recordarán, se llamaba "La Gallina Ciega" y mostraba una cuidada selección de pintores, escultores y fotógrafos realistas, entre los que estaban Paco y Antonio, los dos grandes amigos. Recuerdo con enorme agrado la acogida que Paco y su mujer, Isabel Quintanilla, me depararon en su casa y taller. Paco puso a mi disposición toda su obra para que escogiera lo que gustara. Recuerdo como, en pocas sentencias, me ofreció y explicó su mundo. Decía no interesarle ya más que el Arte Antiguo, el de las grandes civilizaciones, especialmente Grecia y Roma. En el gran arte de la antigüedad tenía todos sus amores y referencias. Recuerdo muy bien aquel taller con sus figuras en pie, hieráticas y sabiamente modeladas. Y los bustos de aspecto intemporal, graves y eternos. Hay en toda la obra de Paco una ausencia tal de toda retórica, una contención y una seriedad tan españolas -y al mismo tiempo tan clásica y tan arcaica-, que nos evoca aquello que en los humanos ha permanecido siempre igual, inmutable. Y eso, por parafrasear a Heidegger, quizá sea el "dasein", nuestro ser más auténtico.

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