LA compañía aérea Air France ha anunciado la instalación en sus aviones de una miniantena que permitirá a los viajeros hablar por el teléfono móvil durante los vuelos comerciales. Hablar y recibir llamadas, más concretamente. Desde diciembre pasado ya era posible enviar y recibir mensajes y correos electrónicos en los vuelos internacionales de Air France. Ahora también se podrá usar el móvil.

Estupendo, dirán los forofos de las nuevas tecnologías y los papanatas de cualquier cosa con tal de que sea novedosa. Terrible, opinamos los que, sin negar los avances de la técnica ni ponernos tarugos frente el progreso, relativizamos todos los cambios, conscientes de que algunos son para bien y otros para mal, e incluso para rematadamente mal.

Porque, vamos a ver, ¿alguien ha pensado en el calvario que espera al pasaje de un avión con que tan sólo tres o cuatro viajeros horteras, estresados, ansiosos, maleducados o exhibicionistas -o todo a la vez- saquen el móvil en cuanto el avión tome altura y hasta que empiece a descender y se dediquen todo el rato a hablar con la señora y la amante, la secretaria y el encargado, el amigo y el cómplice, etcétera, haciendo a todos los embarcados partícipes involuntarios de sus cuitas, inquietudes, agendas, obsesiones y tontadas? ¿Hay derecho a privar al pasajero inocente de una de las pocas ventajas del viaje en avión, que es el silencio? (aunque provenga muchas veces del miedo).

Lo que le faltaba al transporte aéreo para hacerse insoportable era sumarle esos inconvenientes del transporte ferroviario de los que nos habíamos librado hasta ahora por aquello de las interferencias con los aparatos de a bordo. Aquellos viajeros que habían desertado del AVE por culpa de la pejiguera de los móviles de los pejigueras, se encuentran con que el enemigo les persigue. El móvil, también en avión. Y la situación es peor que en el tren. En el tren puedes irte a la cafetería, ver la película a alto volumen o salir a la plataforma más cercana a estirar las piernas y librarte de las conversaciones que grita el tío perfectamente cretino que te ha tocado en -mala- suerte. En el avión no puedes ni moverte para rehuir la tortura.

Hay que defenderse de este atropello. Una solución salomónica: que las compañías reserven un grupo de asientos -los últimos, como cuando fumábamos- a los que vayan a usar el móvil durante el viaje, convenientemente aislados por mamparas insonorizadas, y allí, en su ambiente, que hablen por los codos, pero que nos dejen tranquilos a los demás, a solas con nuestros pensamientos, lecturas o canguelos. Aunque, bien pensado, sabiendo cómo se las gastan las compañías y lo mal que está el negocio aéreo, lo mismo aprovechaban para poner una tarifa especial: clase turista con derecho a silencio.

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