EL puerto de Almería trabaja para establecer líneas regulares con sus homónimos de Sajonia, Estambul, Pireo, Túnez, Alejandría, Argel y Orán. De forma paralela negocia para poder transportar mármol y busca de forma insistente la posibilidad de cargar hortalizas y distribuirlas por los diferentes puntos de Europa. Esa es la apuesta y la razón de ser sobre la que se mueve la presidenta de la Autoridad Portuaria, Trinidad Cabeo. Otra cosa son las dificultades que se va a encontrar en el camino, encabezadas por la competencia, feroz, que el nuevo puerto de Tánger va a traer para Almería y, en general, para todo el tráfico marítimo del Mediterráneo. La zona portuaria de la capital ha crecido en los últimos años de forma coherente. Se ha adaptado a las necesidades casi de forma camaleónica, tanto en el apartado de pasajeros como en el del tráfico de mercancías. En pocos años se ha pasado de la tradicional línea con Melilla a la apertura de nuevas rutas con gran parte de los puertos africanos, buscando competir de forma abierta con Algeciras, Málaga o Alicante. Los objetivos planteados se han cubierto en parte, aunque el camino por recorrer es aún inmenso. En mercancías el trayecto andado es aún muy corto. Se han ampliado los muelles, se ha crecido de forma ingente con la mirada puesta en el tráfico de contenedores, pero los resultados no son los deseados. La pretensión de convertir Almería en la puerta de África es hoy casi una utopía, pensando en lo que Marruecos, con el apoyo de la iniciativa privada, construye en Tánger: un macropuerto capaz de convertirse en la referencia de todo el Mediterráneo. Aún así no debemos ni perder la perspectiva ni la esperanza. Para ello urge apostar por la conexión ferroviaria, en el olvido, y por una mayor implicación de la iniciativa pública y privada en el centro logístico almeriense. Gozamos de una situación privilegiada, que debemos explotar con garantías, sin dejar nada al azar o esperar a que las cosas sucedan porque sí.