El gigante

¿Sirvió de algo la Expo? Me temo que no. Sus organizadores pretendían saca al sur atrasado de su ensimismamiento

Veinticinco años después de la Expo del 92, intento recordar qué fue lo que más me impresionó de aquellos días en que todos los visitantes parecíamos niños chicos con la cara aplastada contra el escaparate de una pastelería muy rara. Y lo que más recuerdo, lo que no he conseguido olvidar después de tantos años, no son los edificios ultramodernos ni los espectáculos pirotécnicos en el lago ni las cabalgatas de Els Comediants. Lo primero que recuerdo es el gigante que se exhibía en el pabellón de Pakistán, en la misma entrada, como si fuera el portero que daba la bienvenida a los curiosos. A aquel pobre diablo, que medía 2,20 metros (o más), le habían puesto uno de los trajes regionales del país, que le daba un aspecto patético de personaje de djinn de las Mil y una noches, y lo habían dejado allí para que sonriera a los visitantes y se dejara hacer fotos. A veces, haciendo un esfuerzo morrocotudo, tenía que agacharse desde su inmensa altura para darle la mano a un niño que temblaba de curiosidad y de miedo. Por suerte para él, en 1992 no había móviles y nadie había imaginado aún la llegada de los selfies.

¿Sirvió de algo la Expo de Sevilla? En el fondo, me temo que no. Supongo que sus organizadores -aparte del suculento negocio que supuso para algunos personajes- pretendían sacar al sur atrasado de su ensimismamiento, deslumbrándolo con una aparatosa exhibición de modernidad que nos convirtiera por arte de magia en eficientes y cosmopolitas ciudadanos: políglotas, emprendedores, cultos, refinados, abiertos a todas las novedades, civilizados, en fin, todo eso. Pero ese proceso lleva años -siglos, en realidad-, y nadie puede lograrlo en seis meses, por muchos espectáculos de fuegos artificiales y gigantes pakistaníes que nos pongan delante.

Y ahora, 25 años después, uno de los espectáculos más melancólicos que podemos permitirnos es pasar por la Isla de la Cartuja cuando se pone el sol, a esa hora en que sólo se ven corredores solitarios y edificios vacíos y una luz perdida en un pabellón que antes fue de la Navegación o de la Innovación Tecnológica y ahora ya nadie sabe muy bien a qué se destina, si es que se destina a algo. Todo fue una gran barraca de feria que nos tuvo embobados durante seis meses, sí, pero que no sirvió de gran cosa, y así seguimos todos, igualitos. Y por cierto, ¿qué fue del gigante de Pakistán?

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