¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Dos goles

Personas implacables con los deslices de los políticos son corderitos cuando los corruptos son sus ídolos futbolísticos

Para meterse con los argentinos, Martin Amis ha recurrido alguna vez a los dos goles más conocidos de Maradona, ambos anotados en el mismo partido contra la selección de Inglaterra en el Mundial de México de 1986, apenas cuatro años después de la Guerra de las Malvinas. El primero es el conocido como La mano de Dios, un tanto ilegal marcado con el puño que se erige como un auténtico monumento al juego sucio. El segundo, el llamado Gol del Siglo, es, sin embargo, la culminación de una trepidante cabalgada repleta de regates al adversario, uno de los momentos más hermosos de la historia del fútbol, cargado de garra y elegancia, que deja hipnotizados incluso a los más displicentes con este juego. "¿Cuál es el gol preferido de los argentinos?", nos pregunta con retórica y trampa el escritor británico. La respuesta, ya lo habrán adivinado, es evidente: el marrullero, el inelegante, el injusto.

Más allá de los prejuicios del autor de Koba el temible contra la barra albiceleste, existen evidencias de que este gusto por lo tranfullero hace mucho tiempo que inunda todos los rincones del fútbol, tanto en lo deportivo como en lo económico. Centrémonos en lo segundo y demos dos datos mastodónticos pescados en la World Wide Web: la Premier League Inglesa -la más potente del mundo- factura al año unos 5.300 millones de euros y el 65% de los 3 billones (con b) que mueven las apuestas deportivas mundiales provienen del fútbol. Digamos que el balompié ya mueve demasiado dinero como para ser inocente. Antes de que el periodista John Carlin se sumiese en la melancolía por el Brexit y la victoria de Trump, publicó algunos interesantes y esclarecedores reportajes sobre la corrupción en la FIFA, el organismo que rige el fútbol mundial, en el punto de mira del FBI y de la justicia norteamericana desde hace tiempo. La montaña de porquería que acumulan muchos gestores, empresarios, futbolistas, representantes o entrenadores es tal que empieza a asemejarse al monte Testaccio de Roma, construido con los residuos del comercio del Imperio.

Pero lo más curioso no es la corrupción, sino la absoluta indiferencia con la que la observan los hinchas. Personas que apenas llegan a fin de mes y que tienen por costumbre el linchamiento moral de políticos y empresarios ante la más tonta de las imputaciones, son corderitos acríticos cuando se demuestra que su ídolo futbolístico ha estado defraudando a hacienda y, por tanto, al estado del bienestar. Pasó como Messi y, ahora, si se confirman las acusaciones, pasará con Ronaldo. El fútbolse parece cada vez más a la Mano de Dios y menos al Gol del Siglo.

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