Y se hizo la luz

Muy pocos se remangan los brazos y saltan el cerco para dejarse la vida por los otros, por los que dan sentido a la sociedad

Debo de reconocer que soy diagnóstico. Es decir, doblemente agnóstico. Pero he tenido que cambiar mi postura. Ahora creo en todo, incluso en lo inimaginable. Pensaba que con la edad, a mis tordos y ampulosos cuarenta y dos años, la experiencia adquirida, si no para todo, por lo menos para lo más básico, me iba a ayudar. Pero no ha sido así. Los he tirado a la basura. A ese recipiente de plástico donde en muchas ocasiones vertemos nuestros sueños más íntimos.

Y todo viene dado a las últimas especulaciones que se han realizado con motivo de la subida de la luz. Por lo visto ahora lo que se lleva es creer en el dios de la lluvia. Sí, mi querido lector, es así. Si llueve, el precio de la energía es más barato. Si no llueve, por ende, más caro. Digamos que, simplemente, existe una diferencia entre el valor de antes y el valor de ahora. Aún con todo, los grandes visionarios y consultores de esta sociedad que nos ha tocado sufrir, no han tenido suficiente. En primer lugar, porque el precio de la luz, más del cincuenta por cierto de su coste, son impuestos. Porque han destruido cualquier propuesta particular que incentive las energías renovables. Porque no se invierte en energías sostenibles -bueno, disculpe usted mi torpeza, mi querido lector, mejor dicho: no se invierte-. A lo que hay que añadir que si España dejara de suministrar energía a Francia, nos beneficiaríamos en una reducción del diez por ciento del precio final -esta última perla informativa la dejo colocadita en la mesita de noche, para que cada vez que me acueste, pueda acordarme de ella-. Mientras tanto, aquí estamos, mi querido lector, contentos. Pagando puntualmente nuestro recibo de la luz, como hombres de bien. Acudiendo a la hora exacta, cuando nos requieren, a las elecciones. Participando humildemente en la liturgia del siervo y el amo, no vaya a ser que el señorito se tome a mal nuestra ausencia. Ese es nuestro cometido. Cumplir fielmente el guión que nos han dado para rellenar la historia. Ser la tinta, el líquido rojo, la sangre con la que algunos hombres escribirán sus gestas y sus leyendas.

Todos defienden nuestros derechos en el palco, en la platea, en el atril. Pero muy pocos se remangan los brazos y saltan el cerco para dejarse la vida por los otros, por aquellos que día a día damos sentido a esto que llaman sociedad.

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