De norte al sur

Óscar Lezameta

Una infancia salvaje y feliz

HACE poco volví a acordarme de mi etapa salvaje, esa por la que todos los seres humanos pasamos (y que algunos se asientan en ella de manera permanente) en un momento determinado. La mía transcurrió en parte en el norte de Palencia, cerca de donde mi madre vio la luz en el pueblo que mejor huele del mundo, Aguilar de Campoó, donde la fábrica de galletas Fontaneda despertaba aromas de azúcar hasta en las piedras de su románico.

Se llama Cervera de Pisuerga y allí fui feliz. Crecí pegado a la enorme sabiduría de gentes que con vivir hasta el día siguiente ya tenían bastante y eso era complicado con unas cuantas vacas, unas hectáreas de trigo y una casa que, en la mayoría de las ocasiones, se caía a cachos. Ahí pasé las primeras veintitantas vacaciones de mi vida; allí me cortaron el pelo por primera vez en mi vida y en ese paisaje que me acompañará toda mi vida celebré los primeros veintitantos años de mi vida.

Tengo marcada en mi memoria cada minuto que pasé en ese pueblo. Apenas superaría los dos mil habitantes en toda la comarca. El río que le da nombre y que ponía a prueba la valentía del más pintado, ya que cuando uno metía los pies en sus aguas tenía la sensación de que se los estaban mordiendo, fue testigo de mis primeras brazadas natatorias, así como las aguas del pantano de la vecina localidad de Ruesga, donde me solté por mi cuenta y comencé a dar disgustos a mis padres, ya que uno de los placeres que más me llenaba era adentrarme en sus aguas y perderme en su inmensidad para estar solos el agua y yo.

En sus orillas cacé renacuajos y los metía en una oxidada lata de conservas. Jugábamos a saltar desde el muro de la presa y allí abajo siempre nos esperaba un agua salvadora. Llegamos incluso a hacerlo a lomos de una bicicleta.

Truchas recién pescadas con torreznos, caracoles en Semana Santa, un lechal sublime y una cecina de jabalí aún con perdigones en su interior, son los placeres con los que nos encontrábamos en los platos.

Allí fui por primera vez a una discoteca, cuando en estos lugares, por ejemplo, ponían a Kortatu, que era lo más salvaje por entonces.

Estoy seguro de que buena parte de las cosas que hice durante esos años y de las que jamás he tenido que arrepentirme, serían calificadas como "inapropiadas para el correcto desarrollo de la infancia" por los expertos en la quinta leche que tanto abundan. Tal vez por eso soy como soy.

No he vuelto desde hace más de veinte años. Tal vez es que, realmente, no quiero volver. Es una de esas cosas que quiero dejar tal y como están en los agujeros de mi memoria, por temor a que se rompa.

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