El juicio a los expresidentes Chaves y Griñán avanza incurso en una polémica que, más allá de la exacta aplicación de las normas, compromete su ineludible apariencia de imparcialidad. Como el lector sabrá, la suerte ha querido presidente del tribunal que va a juzgarlos al magistrado Pedro Izquierdo, un juez de ida y vuelta que hace apenas dos años y medio ocupaba la Secretaría General para la Justicia de la comunidad andaluza. Este cargo, equiparable al de viceconsejero, lo colocaba en la estructura del Gobierno de Andalucía. De hecho, Izquierdo desarrolló tan alta función entre los años 2008 y 2014, parcialmente bajo el mandato de los ahora encausados.

Los que lo han tratado, hablan maravillas de su honestidad y profesionalidad. Yo no tengo ningún dato para desmentirles. Es más, concedo que su decisión de no abstenerse pueda estar jurídicamente fundada e, incluso, responder a un propio y sincero autoexamen de idoneidad.

Naturalmente, el juzgador ha sido recusado por las acusaciones populares y, tras oponerse a ello las defensas, se ha pronunciado de forma significativamente equívoca la Fiscalía Anticorrupción. A la postre, será otra Sección de la Audiencia, la Segunda, la que termine resolviendo el conflicto.

Sin entrar en argumentos legales y distinguiendo entre lo imperativo y lo aconsejable, entiendo que Pedro Izquierdo -todavía está a tiempo- no debería intervenir en este asunto. Por una vez comparto las razones expuestas por Podemos: tal opción deriva del "sentido común". No parece de recibo que un antiguo responsable del máximo nivel de la Junta de Andalucía no sólo enjuicie, sino que asuma la ponencia, esto es, se convierta en la persona que ha de estudiarse en profundidad el sumario y, al fin, redactar la sentencia, en un proceso en el que están inculpados antiguos superiores suyos.

No anda la Justicia española sobrada de credibilidad. Hacen falta gestos que nos devuelvan la confianza en nuestro sistema judicial. Por estética, acaso por ética, porque estamos hartos de resoluciones siempre envueltas en la duda de amiguismos, partidismos y conveniencias y, desde luego, por evitar cualquier atisbo de parcialidad, el impoluto Izquierdo tendría que dar un paso atrás. Tómeselo como un servicio al buen nombre de su noble oficio, como un sacrificio que ayudará a limpiar unas togas que ya no aguantan -su señoría no lo ignora- ni una mancha o sombra más de tan descorazonadora e inicua mierda.

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