El mito de la posmodernidad

Parece que el punto y final se ha reconvertido en punto y coma y recuperaramos sentires contrariados

Cada semana en nuestra vetusta y plurinacional España ocurren hechos políticos, que bien podrían denominarse por su configuración telúrica "insólitos", impregnados de elementos distorsionadores de la concepción humanística constitucional, que nos ha permitido con momentos de grandes tribulaciones de toda índole, especialmente el terrorismo etarra y la corrupción política, 40 años de paz desde aquel idílico día del 15 de junio de 1977, donde todos y todas pusieron su granito de arena para arrimar el hombro con pasión en un mismo sentido cívico - social: asentar un Estado social y democrático de derecho en una Monarquía parlamentaria.

Cuando pensábamos, al menos una mayoría de españoles, que se había conseguido poner punto y final a unas dañinas ideas, que hace 80 años nos llevaron al peor momento de inestabilidad nacional, ahora parece que el punto y final se ha reconvertido en punto y coma, y volvemos a recuperar del rescoldo de las tibiezas sentires contrariados, los cuales parecían que estaban durmiendo el sueño de los justos y no solo habíamos pasado página sino que habíamos cambiado de libro.

Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même; «Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo», y aunque esta frase se acuñó en su histórico momento decimonónico al estado puro del Capitalismo - presentes Planes Bilderberg- , la actualizo a una visión seudo sociológica a pie de calle de otro gran número de gentes orteguianas, cuya única preocupación es poder sobrevivir o malvivir con pocos euros subsidiados o ganados con el sudor de la frente, no pensando que un cautivo y unamuniano voto pueda cambiar la situación individual de forma copérnica.

El día que quienes ocupan los estrados en los hemiciclos dejen de pensar, iuris tantum, que la ciudadanía es menor de edad y no tenemos trastornos de piadosos olvidos, dejarán de tratarnos con ocultas verdades o mentiras compulsivas, como si estuviéramos en el desvanecido limbo celestial. En 40 años hemos tenido avances satisfactorios, lo contrario es una entelequia, y debemos optar a otros 40 años de más progreso para vivir con libertad y dignidad, a pesar de algunos cansinos, día sí día también, pretenden aguarnos la fiesta, cuestionando los conceptos jurídicos indeterminados de la sublime Carta Magna, continuadora del espíritu nacional de aquella otra neófita "Pepa" aprobada en la "Tacita de plata".

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