La corona de la reina

Silvia Segura

De niña a mujer

SOLO Dios es eterno. Acomodaba la ropa en tu maleta con un llanto desconsolado. Aun faltaban unos días pero ya te echaba de menos, una nostalgia prematura embargaba todo mi ser. Somos un capítulo dentro de una obra superior a nosotros mismos, y el punto y a parte a ese episodio estaba rozando el último renglón. Mi mente giraba como una peonza ligada a mi voluntad que se resistía y se aferraba a no querer dejar lo que dejaba.

Pasaba horas mirándote, quería recordar cada uno de tus gestos antes de cualquier despedida. Como un buen peregrino había llegado el momento de abandonar esa posada y comenzar la andadura hacia otra que te diera la bienvenida. No era ocasión de pedir, corregir o cuestionar, eran instantes de agradecer, orar y homenajear. Agradecerte tu existencia, rezar por tu suerte y homenajear tu marcha.

Doblando tus camisas por colores recordaba las coletas de pelo negro azabache con las que te sujetaba el pelo, las gafas verdes que corrigieron el estrabismo de tus ojos color miel, los zuecos naranjas con los que resbalaste por las escaleras…Evocaba tu gestación, infancia y adolescencia. Parafraseando a Confucio, para conseguir una casa indestructible es indispensable un padre valiente, una madre prudente, un hijo obediente y un hermano complaciente. Con esas bases erigiste tus cimientos perfectamente estructurados de veinte años, has ido construyendo un nido a base de responsabilidad, ternura y delicadeza, mas era la hora de alzar el vuelo. No era un adiós sino un "hasta luego" imprescindible para vencer la batalla del crecer, obtener el mejor provecho del madurar y empaparse del imperioso anhelo del conocer.

El reloj marcaba la hora de tu libertad. No estaré yo para contenerte, abrigarte, cuidarte y protegerte.

Estarás tú, pero con la absoluta convicción de que administrarás con cautela y prudencia esa libertad, con la conciencia de que te has trazado un horizonte diáfano y con la seguridad de que a cada paso que andes quedará fijada una huella indeleble en nuestro camino.

Te colgué mi medalla de oro, nos dimos el más profundo de los abrazos, te repetí hasta la saciedad lo mucho que te adoraba y me alejé antes de que partieras.

Sigo despertando con tu cara angelical, sueño con tu presencia, huelo tu perfume y espero sin desfallecer tu regreso, porque me haces falta Ana, mucha falta. Más hija que hermana, más hermana que amiga, más amiga que todas. Aguardo en el sillón hasta que te escucho entrar, suspiro tranquila y pienso que para mí siempre serás una niña, eternamente mi niña.

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