El poder de las falanges

Existen días en los que la creatividad y el ingenio brillan por su ausencia. Puede ser hoy uno y por eso hablaremos de dedos

Existen días en los que la creatividad y el ingenio brillan por su ausencia. Puede ser hoy uno de ellos, y por eso hablaremos de dedos. Concretamente, corazón y anular. A esta lección de osteología pareciera que se reduce en la actualidad el intelecto y sapiencia para participar en las sesiones del Congreso. También del Senado, aunque ahí nada importa. Resulta curioso observar cómo antes de las votaciones que se producen en el Congreso, algunos de los diputados de cada grupo político -desconocemos si titulado al efecto o designado para cada ocasión- alza su brazo dejándolo a la vista de todos sus compañeros de banquillo y, según interesa, levanta los dedos que el momento merezca (uno, dos o todos), para que sean visualizados por sus correligionarios, rotándolos cual péndulo en el sentido del hemiciclo, según dicen para "orientar" el voto a emitir. La retransmisión del Pleno de la Cámara Baja da fe de este hecho.

La historia del Parlamento, al menos en el conocimiento o recuerdo ignorante del que escribe, no guarda singular modo de proceder, ni tampoco lo recoge expresamente su reglamento, el cual dice textualmente que el voto de los diputados es personal e indelegable. No nos queda otra que pensar que, o bien los diputados que trabajan en la Cámara cuando siguen dicha veleta dactilar ignoran los asuntos que se discuten y carecen de todo criterio para emitir su voto, lo cual dice poco de su capacidad de trabajo y pone en entredicho la representación que dicen ejercer; o bien desde los partidos políticos se alecciona de tal modo a sus componentes con un discurso único y excluyente, que gusta levantar el dedito por si a algún despistado se le ocurre olvidar quien manda. En la democracia se delega la soberanía popular en las instituciones gubernamentales que ejercen la autoridad en nombre del pueblo. El pueblo como residente de esa soberanía, ejercida por representantes populares. Democracia representativa. O representación de entelequias y cuentos chinos. Porque el instrumento del sistema (partidos) se apodera de la idea (democracia) y se convierte en fin (partitocracia), pasando a ser el gran objetivo un simple medio o retórica vacía. Menuda paradoja, aquella en la que apartamos la mirada de las mentes de quiénes nos gobiernan, y ellos gustan respondernos con sus falanges. A veces, el corazón.

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