POR montera

Mariló Montero

De poligamias y horrores

LA fotografía que le produjo horror protagonizar a María Teresa Fernández de la Vega junto a un señor polígamo, nigerino, me induce a una reflexión sobre la hipocresía social en Occidente. La viceministra hubiera querido evitar refrendar con su presencia la relación amorosa y sexual que el nigerino mantiene con varias mujeres por entender que ello contraviene las políticas "igualitarias" de derechos y libertades que ella defiende, así como las leyes mayoritarias de Occidente.

La poligamia fue considerada como un derecho natural en la época de Lutero, también por los anabaptistas, mormones, islamistas, judíos, hinduistas, etc. No así la poliandria. Algunas sociedades permitían que un hombre estuviera casado con varias mujeres, pero no una mujer con varios hombres. Las leyes de raíz cristiana establecieron la prohibición de dicha práctica por la incompatibilidad para el correcto cumplimiento del matrimonio. Otras religiones la mantienen.

En nuestro ámbito, la poligamia se define como una desviación de la forma del matrimonio sobre el que se basa la constitución de la familia en la sociedad humana. Esta forma de unión sexual existió en diversos pueblos antiguos y actualmente sigue en vigor tanto en algunos países civilizados como en pueblos salvajes. Las razones: escasez de varones por haber muerto durante las guerras, mortalidad infantil acusada, exceso de natalidad femenina, sinónimo de riqueza…

Las formas más antiguas de poligamia que se conocen son las de las civilizaciones australianas piraru, los indios veda, los brahmanes, indyine, samoas, anyanjas, angonis, pueblos donde los hombres marchaban de viaje y tenían en cada aldea una esposa casi en esclavitud o esclavitud absoluta. La religión mahometana permite tener cuatro mujeres, los indostanos las que quieren y los de castas más elevadas hasta cien. En un paralelismo con nuestros días, sería como el marinero que tiene una novia en cada puerto. O ejecutivo o ejecutiva. Paridad en todo.

Entre los griegos y los romanos no se practicaba la poligamia, pero la legislación reconoció el concubinato. En Occidente, en España, no se autoriza la poligamia -que existe-, pero se practica la infidelidad, que quebranta la lealtad, los afectos y las obligaciones conyugales.

En resumen, ¿cuál es la razón para horrorizarse tanto por haber sido fotografiada junto a un hombre cuya poligamia va de cara al estar aceptada por su religión y, en cambio, asumir una sociedad donde la poligamia, el concubinato y la infidelidad son prácticas ocultas cuyos protagonistas llenan álbumes fotográficos? ¿No será que quienes viven en coherencia son ellos, al no esconder sus modelos matrimoniales, y no nosotros? A ver si el horrorizado fue él.

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