Un pozo sin fondo

Y tampoco es válido el trillado argumento de que consumimos lo que nos dan y pedimos lo que más nos idiotiza

El medio televisivo parece una máquina de fabricar refritos sin botón de parada, un conversor de realidades cotidianas en pingüe negocio, un metafórico sistema digestivo que engulle humanos ávidos de presencia y aplauso, los voltea en un mar gástrico hecho de fórmulas manidas y los defeca en forma de refrito redecorado para seguir estrujando la ubre imaginaria que somos los abducidos espectadores de sus fatuas propuestas. Entre ciudadanos de todo gentilicio por el mundo y conocidos y desconocidos conviviendo en entornos variados, cocinando como si les fuera la vida en ello o mostrando al mundo sus artísticos talentos, las productoras van consumiendo las existencias de lo que parece un pozo sin fondo de formatos análogos sustentados por el bien avenido matrimonio que componen la codicia y la vanidad. Cuando crees que ya no es posible retorcer más el modelo te sorprenden con una nueva y refrescante apuesta para lucimiento de conocidos, engaño a desconocidos y adocenamiento de público en general. En una sociedad donde se evidencia la inutilidad o, como poco, el limitado recorrido que tiene contar con estudios superiores las posibilidades de ampliar la cuota de compradores de una fantasía de vida regalada por medios rápidos e incluso difusos gana fuerza y adeptos a mansalva, aunque a la llegada te espere un calvario imprevisto, o aunque el logro, si es que se da, te convierta en flor de un día, o aunque, y esto es lo más común, sólo acabes siendo una más de las cientos de polillas que, atraídas por la luz, el brillo y el calor, terminan achicharradas al contacto con la incandescencia venerada. Y no aprendemos, o no queremos aprender, o nos resbala cualquier aprendizaje. Y tampoco es válido el trillado argumento de que consumimos lo que nos dan y pedimos lo que más nos idiotiza. No somos tan tontos. Si acaso, como suele decirse de los alumnos listos que reservan el esfuerzo para actividades menos soporíferas, somos vagos hasta perder la conciencia. Como en una infracción cometida, el desconocimiento de la ley no nos exime de su cumplimiento, lo que llevado al análisis que me ocupa sería que no por mucho bombardeo de programaciones clonadas hasta el dolor de cabeza que recibamos estamos obligados a comprar y aceptar sin hacer el más mínimo esfuerzo por cuestionar los posibles efectos secundarios que tanto show pueda tener en nuestra maltrecha y adormecida inteligencia.

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