El precio del dolor

El derecho a informar, la libertad de expresión y de prensa debe ser innegociable

Dicen que es el precio que los seres humanos tienen que pagar. Se puede poner un niño sin vida en una playa y, sin embargo, por sensacionalismo no se puede poner imágenes de nuestro dolor. Y es que el dolor se escribe siempre en Mí Mayor. Es ese canto íntimo que sólo tiene un camino de ida y todo conduce a una habitación irrite y sin luz.

Desconozco si tras una tragedia se difunde foto alguna del horror. Si se han pixelado o no. Si el drama distingue entre las diferentes razas. Si alguien vendió el tormento de todos por una mísera moneda o un minuto de gloria -Roma no paga a traidores, pienso-. El dolor siempre será igual, como llamar a la puerta de un edificio en llamas. Así es mi dolor. Azul.

Me preocupa la independencia de la prensa y la libertad de información. Me inquieta que en nombre de la libertad nos cercenen los derechos. Mientras nos miramos el ombligo y enarbolamos un mundo de paz y convivencia. Sí, es cierto. Doy todos mis poemas por ver a un pueblo en paz, como decía el poeta. Pero que no nos despojen de la poca dignidad que nos queda, de la poca democracia que podemos echarnos a la boca.

El ciudadano es inteligente para elegir o no el tipo de información que quiere o necesita. Es un derecho del ciudadano: elegir. Pero no necesitamos un consejo de censura o de regulación. Me asombra cuando escucho que se debería crear una comisión o un órgano de buena conducta. Que regule qué se yo noticia en los medios -no hablo de la apología, ni del racismo, ni de la xenofobia. Aún no, por el momento-.

El derecho a informar, la libertad de expresión y de prensa debe ser innegociable. Quizás, subestimamos o nos quieren hacer creer que el pueblo no está capacitado para tomar ciertas decisiones. Que hay mucho retrógrado por ahí y que así nos va. Que cómo es posible que tengamos esta sociedad, si existe gente que elige a uno u otro. Y qué más da. Qué se pretende hacer. A dónde quieren ir. Empezamos poco a poco a tender muros, sin darnos cuenta. Unos piensan que tienen la razón y que en su nombre todo es posible si se consiguen los objetivos. Así es como nos adoctrinan a todos. Ponen una verdad absoluta o una afirmación irrefutable, mientras que los lobos se relamen en busca de sangre.

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