A propósito del cable inglés

Pero la burguesa ciudad que, con un amanerado estoicismo, contemplaba asombrado el Paseo de Gracia

Pocos sabrán que Barcelona fue la primera opción escogida para erigir la estilizada torre del arquitecto Eiffel, pero los gobernantes de la época rechazaron el proyecto porque no encajaba con el estilo de la ciudad, siendo más acorde con sus gustos el actual Arco del Triunfo diseñado en estilo mudéjar como puerta monumental de la Expo en 1888. Quién sabe sino debemos a ese colosal error que, pocos años después, a la extravagante burguesía catalana se le permitiera levantar, no sin pocas protestas, el ahora admirado Paseo de Gracia.

Pero la Torre Eiffel no apuntaló el cielo plomizo de París sin amenaza de derrumbe. Ya desde su construcción, los diletantes vecinos parisinos, acostumbrados a admirar la belleza de los edificios que repuntaban por encima de sus calles, de sus amplios bulevares, a lo largo de sus admirables avenidas, denunciaron una construcción, vertiginosamente ridícula, que había sido diseñada, como una negra chimenea industrial, para dominar Paris, para humillar Notre Dame, La Sainte-Chapelle, la torre Saint- Jacques, el Louvre, la cúpula de los Inválidos, el Arco del Triunfo. Una columna de hierro forjado producto del delirio que, como una mancha de tinta, extendería su odiosa sombra sobre el suelo limpio de la ciudad a la que chovinistamente apodaban como la más bella del mundo.

Hoy, la construcción creada por Gustave Eiffel es el símbolo de Francia y el monumento más visitado del mundo, generador de un negocio en sí mismo de números colosales.

Desde mi terraza, al caer la tarde, contemplo la silueta herrumbrosa del Cable Ingles iluminada por el sol poniente, el escorzo maravilloso que dibuja sobre la rotonda y las Almadrabillas, punteado por un decorado de árboles, antes de dejarse caer sobre el azul del puerto. Es una perspectiva hermosa que sólo se puede advertir desde las alturas, una forma distinta de contemplar una ciudad a la que se dice que la gente llega llorando. Y me pregunto, a qué esperamos para poner en valor este monumento de otro siglo, disponiendo lo necesario para habilitar los paseos sobre sus railes, los momentos de descanso sobre sus privilegiados miradores. Y ya de camino, con él, actuar también sobre el otro cable, el francés, una obra imprescindible para que relumbre la playa de la ciudad.

Estamos, como siempre, tardando…

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