En qué quedamos

Es cierto que demasiados años el carnaval se convirtió en un fantasma seguido por grupos casi marginales

Se nos tilda con frecuencia, y con razón, de ser unos descastados y de restar valor a nuestra herencia patrimonial. No son pocas las veces que se oye decir en boca de mismos almerienses que esta ciudad es fea, que no tiene nada que merezca la pena ver, que sólo tenemos invernaderos y que el talento ciudadano es más bien escaso. Me pregunto cuál es el fundamento de aseveraciones tan hirientes y sólo se me ocurre responder que son fruto de la más descarada ignorancia y el mayor de los complejos. Si acaso haya algún elemento que haga sentir cierto estímulo satisfactorio común es ese parque natural cuya supervivencia tiene aspecto de depender de que a los ojos ávidos de intereses urbanísticos se les mantenga recortaditos. Pero de vuelta a lo que nos cuesta sentir amor por lo que somos, por el lugar del que venimos y por lo que somos capaces de ofrecer al mundo se me ocurre pensar en el evento que llena las calles en estas fechas de máscaras, disfraces y matasuegras y la desproporcionada cantidad de comentarios despectivos que recibe, entre los cuales se repite aquel de no ser auténtico ni tener nada que ver con nosotros. Como es costumbre, qué mala memoria gastamos. Es cierto que durante demasiados años el carnaval el Almería se convirtió en un fantasma seguido por grupos casi marginales de trasnochados románticos, una festividad que, a saber el motivo, parecía querer enterrarse en el olvido como si jamás hubiera interesado a la ciudadanía, mientras en otros lugares patrios tomaba fuerza y engorde. Hoy que no parece haber sucumbido a tanta estocada, y a poco que uno se acerque para conocerlo, se puede comprobar lo vivo que está y el despliegue de talento que derrochan quienes lo mantienen despierto. Y tomando como referencia una de las características principales de los textos que se cantan cada mes de febrero, esa máxima de que los mensajes sirvan de revulsivo a las acomodadas formas de mirar el mundo y despertarles el ojo crítico, pienso en tanto amante carnavalesco que se hincha de emoción publicando actuaciones gaditanas y no asoman ni la patilla por la olla que burbujea en su propia tierra. Me pregunto en qué quedamos si se nos saltan los puntos de indignación cuando se nos ignora como provincia y al mismo tiempo exaltamos allá en lontananza lo mismo que somos capaces de hacer aquí. Me pregunto qué más haría falta para dejar de jugar a ser la oveja negra.

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