Por la razón

Quizá tengan razón los que apelan a pulsiones instintivas, quienes creen eficaces los gritos y las lágrimas pero me niego a admitirlo

Tal vez todo dependa de la concepción que se tenga de los seres humanos. La uniformidad no parece ser la nota dominante. La tradición filosófica se debate entre la racionalidad aristotélica y la irracionalidad nietzscheana, entre la ética estrictamente racional kantiana y el emotivismo de Hume. Es obvio que, como en tantas otras cosas, los filósofos no están de acuerdo. Quienes nos hemos dedicado algún tiempo a estudiar y enseñar filosofía tenemos cierta tendencia a inclinarnos más con unos que con otros. Mi posición particular va más por Kant y por Aristóteles. De ahí que me produzca alguna urticaria la observación de ciertos procedimientos que incitan a las personas a la toma de decisiones apelando al sentimiento, a las emociones de modo casi exclusivo. Quizá tengan razón los que apelan a pulsiones instintivas, quienes creen que sean más eficaces los gritos y las lágrimas; pero me niego a admitirlo. Siguiendo esas líneas maestras cuando algunos tratan de convencer a alguien montan espectáculos que inoculan en los asistentes convicciones sorteando cualquier filtro racional. Entre tales espectáculos se encuentran los mítines. Supongo que no será una sorpresa para nadie si digo que no me gustan los mítines. Apenas he asistido a dos o tres en mi vida, y la verdad es que casi siempre me he arrepentido. Me genera rechazo ver algunas de las últimas campañas y congresos donde hay una masa de todo menos activa, pero cuya actividad se reduce a aplaudir, a agitar banderitas. Aprecio más las reuniones menos masivas en donde se puede hablar, discutir, criticar; encuentros racionales y cara a cara. No obstante, a pesar de esta visión pesimista, puedo vislumbrar algún rayo de esperanza en tanto en cuanto he podido ver, e incluso asistir a, otras reuniones donde, lejos de permanecer como simples oyentes, los asistentes han podido participar directamente, y en la que se recibía información directa en torno a proyectos de actividad política, sin hacer casi mención de posiciones ajenas o descalificaciones de los rivales. En resumidas cuentas, creo que, de seguir con más frecuencia esta línea, otra situación viviríamos. Estoy seguro de que los resultados electorales serían diferentes si se apelara a la razón. Entonces no bastaría con ridiculizar o reírse de los adversarios. Sin embargo, ni la propaganda política ni la comercial apelan a la razón. Será que Nietzsche estaba en lo cierto.

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