La religión de los datos

Un nuevo fundamentalismo, ahora cibernético, ante el que intuyo será muy seductor declararse ciber-ateo

La llamada literatura de anticipación, díscolo subgénero de la ciencia ficción, ha producido mucho bodrio en su trayectoria pero también ofrece obras gloriosas en las que la imaginación pacientemente cincelada, llegó a cuajar en presciencias narrativas, en plumas ingeniosas como las de Platón, Marxs y Engels, Orwell o Huxley, que supieron desgranar más allá del barrunto agorero, unas conjeturas posibilistas cargadas de porvenir e inferidas a partir del estado de la ciencia y la conciencia social en la que vivieron. Es por tanto una literatura de ficción protorealista, un coctel, y un alarde, de intuición y clarividencia sobre el futuro acechante que a veces solo divierte pero otras sorprende y abre la mente a utopías o distopías, inspirando revoluciones o descifrando un devenir a veces humano a veces transhumanista, que la modernidad encumbró finalmente a partir del vértigo de la inteligencia artificial y la biotecnología. Y en esa línea de vaticinios reflexivos es donde se desenvuelve N.Y. Harari en su obra Homo Deus, teorizando sobre el futuro de una humanidad obsesionada por alcanzar la inmortalidad y la felicidad, una vez superadas, dice él, las pandemias clásicas de la especie: el hambre, la enfermedad y la guerra. Y cuando los avances de la bioingeniería apremian a revisar, acaso a suplantar, todas las bases intelectivas y físicas que hasta ahora distinguieron al hombre. Una evolución radical a la que ya se alude como el Big Data que, según Harari, nos vinculará a unos algoritmos informáticos que regularán las emociones y decisiones personales y colectivas. Así que aquel dataismo que empezó como un juego informático, está mutando en lo que Harari denomina la religión de los datos, porque predica la llegada de un sistema cósmico salvador, que procesará todos los datos universales y para el que el ser humano será un mero chip al servicio del Internet de Todas las Cosas, que conectará, controlará y fusionará todo lo que exista. Un mundo en el que el mayor pecado, será hurtarle al sistema algún dato o apropiarse de alguna idea como propia porque, augura, tal promiscuidad y universalidad informativa, es lo que nos hará sabios y felices decidiendo por nosotros lo que más nos convenga en cada momento. O sea un nuevo fundamentalismo, ahora cibernético, ante el que intuyo será muy seductor declararse ciber-ateo y devoto del abanico, el botijo y el gazpacho. Y de un buen libro.

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