El sueño del hombre despierto

El síndrome de la temeridad, la misma del año que se nos va. Esperanza para el venidero que ya comienza

Casualidad, o no, mientras cumplía con lo que, en teoría y por protocolo, todo ciudadano pareciera que debe hacer cada final de año, es decir, repasar los grandes acontecimientos de la anualidad pasada y fantasear cándidamente en los logros y sueños a alcanzar con la venidera, tropecé por suerte con un descubrimiento científico. Cosas de la caja tonta. Resulta que, justo con la Gran Depresión de 1929, dos científicos hablaron por primera vez de una enfermedad entre cuyos síntomas está uno que pareciera congénito a los Jason Bourne, James Bond o cualquier otro agente televisivo de turno. El secreto de la pócima que inmunizaría frente a cualquier escena gore. Es el síndrome de Urbach-Wiethe, apellidos de sus descubridores. Y la sintomatología de la que hablamos, temeridad. La causa del mal está en la mutación de un cromosoma, que conlleva la afectación de la amígdala, provocando que el sistema neurológico desconozca el sentimiento de miedo. Pero, como decía, agradezco esta revelación porque, con cierta guasa y posiblemente mucho atino, lo mismo que desearía para 2017, el año que se va pareciera haber embriagado a demasiadas almas con los efectos de este mismo síndrome. Almas con poder de decisión, y no para bien. Un buen sumario para resumir los últimos doce meses. Evidenciaría nuestra afirmación el que la Fundéu haya elegido "populismo" como palabra de 2016. Uno, resaltando la sinrazón electoral sufrida, hubiese elegido el vocablo que describe esa nueva profesión surgida de la simple opinión: "politólogo". O también lo atestiguaría el que se haya conocido otra albiona, apática y desencajada mezcolanza lingüística, tanto como lo que significa: brexit. O que vayamos a ser cuasi gobernados por el tupé ochentero neoyorkino del nuevo Ken Barbye, el temible -por lo imprevisible e inclasificable- Donald Trump. Esas realidades hoy, creíamos que no podían ocurrir, pero la temeridad de la gente -o su ausencia- provocaron que todo fuese. Y los augurios a partir del uno de enero, siento ser aguafiestas, no son nada halagüeños. Pero por ello, y a pesar de todo, no debemos escatimar en esfuerzos y ganas para sobreponernos ante lo que se pueda avecinar, debiendo tener los ojos bien abiertos y no dormirnos en los laureles, porque, siguiendo el credo aristotélico, la esperanza es el sueño del hombre despierto. Y es lo único que nos queda. Mientras tanto, buena Nochevieja a todos.

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