Resistiendo

Andrés García Ibáñez

El traje nuevo del emperador

LA capital de provincia es una próspera e importante ciudad. Orígenes humildes de subsistencia agrícola y un escaso legado histórico-artístico. Pese a ello, le ha sido otorgada la capitalidad cultural para dentro de un año.

Para estar a la altura de semejante reconocimiento y con el fin de dar una idea de modernidad al uso, el ayuntamiento ha construido, con el apoyo económico de la administración regional y el gobierno central, un gran edificio destinado a museo de arte contemporáneo de la ciudad, pese a no tener colección alguna. Ha de ser un icono de lo moderno y situar a su ciudad entre los grandes santuarios de la cultura oficial.

Ya sólo quedan ocho meses para asumir el evento y con el fin de llenar de contenido el contenedor, se hace traer a dos prestigiosos artistas de vanguardia procedentes de Kassel, famosos en todo el continente por sus extravangancias. Los hermanos Puffman aceptan el reto y piden una suma desorbitada por su cometido; todo el presupuesto de la administración autónomica para una legislatura y las dos terceras partes del presupuesto local para un año, además una importante subvención del gobierno central. Trabajarán en secreto dentro del museo hasta el día de la inauguración; nadie tendrá acceso antes.

Las autoridades culturales extienden el mensaje de que los más importantes artistas del mundo harán de la ciudad un referente para la historia. Sólo una urbe exquisita, de tanto nivel cultural y proclive a aceptar las vanguardias más novedosas, puede merecer algo tan desmedido. Se crea en los ciudadanos un instinto de superioridad y distinción, que presencian, día tras día, la entrada de camiones cargados de estiércol dentro del museo como lo más natural del mundo.

Y llega el gran dia. El jefe del estado, acompañado del ministro de cultura, la consejera y el alcalde, proceden a la inauguración del museo. La expectación mediática no puede ser mayor. Han sido invitados los creadores, artistas y personalidades más importantes de la cultura oficial. También un nutrido grupo de selectos ciudadanos, todos ataviados para la ocasión.

Cuando se abren las puertas del edificio, un hedor insoportable lo inunda todo. Todas las salas, una por una, están repletas, del suelo al techo, de estiércol. Apenas un pasillo de un metro para poder recorrerlo. Todos hacen gestos de estar maravillados. Durante el discurso del jefe del estado, un guardia de seguridad ebrio comienza a gritar: ¡pero si todo esto es un monton de mierda!. Inmediatamente, es detenido por sus compañeros y puesto a disposición judicial.

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