La corona de la reina

Silvia Segura

El tren de la vida

CLAVELES blancos y rojos revisten la cruz de su Hijo. Mayo es el mes de la Virgen, expresión tangible de religiosidad popular. Tras la aridez invernal, la naturaleza se redime estallando una sinfonía floral consagrada a quien las creó. Las Hermandades abren las puertas de sus casas, dando paso a los primeros calores que adelantan la llegada del buen tiempo. Se convierten en patios cordobeses, con macetas de geranios que acicalan improvisados balcones de rejas oscuras. Los catavinos de manzanilla facilitan arrancarse por tanguillos o lucirse por bulerías. La bata de lunares con talle bajo, evidenciaba su escultural silueta que se contoneaba al compás de la música. Una peineta de nácar en tonos tierra sujetaba la redecilla que aguantaba el moño andaluz en el que se recogía su cabello. Los allí presentes se giraban a su paso; nadie podía quedar ajeno a tal belleza y clase innata, de esa con la que se nace. Lucía espléndida, tenía un brillo especial en sus ojos y un dulzor sublime en su sonrisa. Él estaba de espaldas, más delgado que entonces y con aspecto envejecido, justo detrás de la fuente que dividía el claustro. Reconoció su cara entre la gente, la reconocería incluso a oscuras. Un par de años atrás profesó el séptimo sacramento. Uno de los no apócrifos, que puede ser disuelto por un papel que enjuicie el fin de esa unión. Gotas de sudor se manifestaron en su frente, nervios a flor de piel e inquietud incontrolable. Matrimonio sin amor deja fuera amor sin matrimonio. El destino baraja las cartas, pero cada cual juega su partida. Como Boaddil al perder la Alhambra, llorará toda la vida como un niño lo que no supo defender como un hombre. Quiso escapar a la sentencia de su sino por ¿miedo?. Reconoció sabiamente una de las joyas de mi corona que la ausencia de miedo es signo de irresponsabilidad. Todo lo que se quiere, se teme. El miedo es de sabios. Los cohibidos tienen miedo antes del peligro; los cobardes durante el mismo; y solo los valientes, lo tienen después. Ella tenía su nivel de dignidad muy por encima de su nivel del miedo. Prefería ser la viuda de un valiente antes que la mujer de un cobarde. Y es que no era miedo lo suyo, sino cobardía. Como Homero en la Ilíada, convirtió el miedo en una huída del campo de batalla. Comenzaron a sonar los acordes de guitarra que precedían a la primera de las cuatro sevillanas. Recogió los volantes de su vestido y embelesó con su baile a los que atónitos la contemplaban, pero solo uno, el causante de su euforia y su alegría, tuvo la fortuna de besarla cuando terminó la actuación. Todo tiene un lugar, un espacio y un tiempo para vivirlo. Terminó su fino, y se perdió entre la muchedumbre. La megafonía adelantaba su salida. La vida son trenes. Siempre puedes bajarte en la próxima estación, pero si no subes al vagón, tal vez nunca vuelva a detenerse en tu parada. El humo de su pitillo se confundió con el del tranvía que aligeró su marcha rumbo al mañana, y sin vuelta atrás.

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