Pero no se va

En el fondo tal vez sólo sea una excusa para pintar de rojo un día entre tanto gris plomizo invernal

No. Ni mucho menos. San Valentín no se va ni a escobazos. Esto empieza a recordarme a la navidad, cada vez más temprana; o a una boda gitana, que dura y dura y dura, como las pilas del conejo. Cuando vi el cartel de un restaurante anunciando que la festividad del catorce de febrero se extendía hasta el diecinueve del ídem e incluso una semana más, entendí que la ida de pelota encefálica llegó para instalarse, crecer y reproducirse hasta no se sabe si morir de empacho. Dado que en sentido estricto al calendario le resbalan las fiestas que le asignemos, por cada tres veces que caigan en fin de semana la progresión aritmética dice que habrá cuatro que no y, sin embargo, ¿es esto un problema para que a conveniencia se añadan días, incluso semanas, de celebración a la fecha señalada? ¡De ningún modo! San Valentín debe ser el santo que más horas extra hace de entre todos sus colegas patronales, lejos del San Antonio localizador de pareja y a decenios luz de un San Pancracio frito a peticiones a las que no da abasto responder. Señalar lo absurdo de marcar una fecha para el festejo de amar y ser amado es como señalar la necesidad de agua para la vida: ganas de inventar la rueda. Pero en la dejadez de llevarnos por la corriente parece que nos encante recibir recordatorios y sumarnos a la cola del comercio de turno donde tantos otros se agolpan en pos del detalle oportuno. Si no hemos podido por cuestiones de agenda, o no nos ha dado tiempo, o existía incompatibilidad de horarios, no pasa nada, los hosteleros estarán esperándonos con el menú cargado hasta finales de marzo si hiciera falta. Mucho me parece que están tardando ya los publicistas en decirnos en agosto que no hace falta esperar a febrero para decirle cuánto le/la/lo/lu quieres con el producto que sea en ese caso el elegido como reclamo. Nos gusta, nos fascina, nos encanta que nos marquen fechas. Al menos eso parece. En el fondo tal vez sólo sea una excusa para pintar de rojo un día entre tanto gris plomizo invernal. Pero el amigo Valentín no tiene un día en el mes, tiene el mes completo, incluidas ofertas gastronómicas, escapadas románticas y plétora floral. Lo del chocolate es capítulo aparte y compartido por emparejados y sin emparejar. En fin. No descarto a estas alturas que, como pasa con la lotería de navidad, vayamos decorando las paredes con corazones de papel desde septiembre, no sea que se nos pase la vez.

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