Tribuna

José María Martínez de Haro

Escritor y periodista

Europa bajo el terror

Europa bajo el terror Europa bajo el terror

Europa bajo el terror

Habíamos casi olvidado los años de plomo y desolación que barrieron Europa a mediados del siglo XX. Después, tras los escombros, tantos años de paz habían logrado algunos hitos jamás conocidos por periodo tan prolongado de tiempo; Prosperidad, libertad, seguridad y estabilidad como emblemas de unas sociedades desarrolladas. Con sus luces y sombras los europeos hemos avanzado hasta cotas inimaginables de calidad de vida y pudimos sentirnos orgullosos de que el pensamiento político nacido en Europa fue capaz de organizar un concierto de países entorno a la democracia. Funcionaba razonablemente bien y en el horizonte de varias generaciones de europeos apenas asomaban grandes amenazas, más allá de las tensiones de la guerra fría y el eje Capitalismo- Comunismo, finalmente resuelto por la derrota interna del comunismo en el área de influencia de la URRSS. No significa esto que no hubiera ningún peligro, pero ninguno amenazaba directamente al sistema y a sus conquistas sociales, entre las más importante, la libertad y la seguridad. Europa dormía tranquila una larga siesta. Hasta que todo comenzó a cambiar y a buscar solucionesprecipitadas a temas cada vez más complejos. El mundo evolucionaba a marchas forzadas y nuestros sistema y sus respuestas, quedaban ancladas en los principios inalterables de la libertad, la seguridad , la estabilidad, y ¿ porque no?, la prosperidad a cualquier coste. Los nuevos avances en las comunicaciones, en el transporte, en la informática y singularmente internet y las redes sociales, no eran hijas del sistema sino de la ciencia y la tecnología. Y todo ello ha dado lugar a un fenómeno de globalización que parece no tener límites. Globalización en los mercados, en las redes, en el tránsito de personas y mercancías, en las transacciones monetarias y de bienes , en las finanzas, en los fondos de inversión, en los valores cotizados, en los avances científicos, en todo lo relacionado con una nueva sociedad que despierta en este siglo XXI a una nueva era. Estos nuevos sistemas de comunicación inmediata, singularmente internet, la tecnología al alcance cualquiera, la globalización de la información y otras circunstancias nos hacen muy vulnerables ante amenazas anónimas. Los atentados terroristas sacuden los países más poderosos de Europa dejando un rastro de de crueldad y muerte jamás imaginado. El terror no discrimina objetivos, todos somos potenciales objetivos porque somos hijos de una cultura y una civilización que se pretende destruir. No se trata ahora de las guerras o guerrillas que medían la capacidad militar de los países. Se trata del terror como táctica de guerra, del terror en estado puro, en su expresión más cruel y fanática que han conocido los siglos inspirado en un fundamentalismo que de manera aberrante interpreta un Libro Sagrado para justificar la muerte de miles de inocentes. El odio como arma indestructible y muy pocos medios materiales para eliminar de la faz de la tierra al enemigo indiscriminado; el enemigo somos todos nosotros. Nosotros los europeos, americanos australianos, canadienses etc. todos los que pertenecemos a la civilización judeo-cristiana.

Europa conoció siglos de opresión política y religiosa. También conoció una forma de fundamentalismo de muchos seguidores de la religión cristiana Pero las negras páginas de aquella Europa enzarzada en guerras interminables, de aquellas expediciones militarizadas para conquistar los santos Lugares, de aquellos mensajes de intolerancia y crueldad, surgió la Europa de la Luz. El Renacimiento, la Ilustración, la Revolución francesa y la filosofía, la literatura, las artes y la política fueron artífices de la Europa ilustrada y el pensamiento racionalista, el derecho, y los cambios sociales fueron germen de la presencia del pueblo en los estamentos políticos y gubernamentales y forzaron la separación del Estado y la religión como base de un nuevo pacto social que alumbró igualmente la separación de poderes que perdura hasta nuestros días. Sin embargo, otras partes del mundo no han conocido una evolución semejante y miles de millones de personas han quedo anclados en conceptos ancestrales donde la democracia, la libertad y la igualdad no tienen cabida. De esos miles de personas, una minoría ha alcanzado cotas de fanatismo radicalización alimentados por un odio visceral hacia lo que consideran enemigos irreconciliables. La democracia y sus conquistas sociales y políticas son el símbolo del mal, y los hijos de la civilización judeo-cristiana, los infieles a los que hay que eliminar a cualquier precio. Ahora Londres, corazón de la democracia, antes Francia, Bélgica, Alemania y España. El terror se adueña de Europa y sacude los cimientos de nuestro modo de vida. No, no es la religión, aunque si, los terroristas yihadistas tratan de eliminar los vestigios de la civilización occidental. Y frente a ellos, nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, las agencias de inteligencia, la colaboración ciudadana, y poco más. Resulta imposible impedir unos atentados como el del Puente de Wentsmister , la discoteca Bataclán, la avenida de Niza, el mercadillo de Berlín o los trenes de Madrid. Debemos aceptar que no hay seguridad total. Las medidas que algunos proponen como limitar el tránsito de pasajeros, el control más exhaustivo de fronteras, incluso el cierre de las mismas, de poco servirán porque los terroristas están dentro, conviviendo entre nosotros en pueblos y ciudades de Europa, en su mayoría nacidos en naciones de acogida que mostraron al mundo su generosidad . Están aquí, nos conocen, nos vigilan y nos odian, a nosotros, a nuestros padres y a nuestros hijos.

El mundo occidental, Europa atemorizada ante el televisor, en los aeropuertos, en los grandes almacenes, en los trenes y autobuses, en los estadios, en las calles. Los mensajes de condolencia, los minutos de silencio, son las muestras necesarias de solidaridad y dolor compartido pero apenas encubren nuestra estremecedora impotencia.

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