Tribuna

SALVADOR RUS RUFINO

Catedrático de Historia del Pensamiento

Roma, 25 de marzo de 1957

Así como el vivir de los seres humanos se perfecciona con el convivir con otros, una nación se proyecta manteniendo una relación de amistad y cooperación con otras

Roma, 25 de marzo de 1957 Roma, 25 de marzo de 1957

Roma, 25 de marzo de 1957

Hace sesenta años los líderes de seis naciones europeas se reunieron en Roma para firmar el tratado que lleva el nombre de la capital italiana. La ciudad que fue capital del imperio de los imperios estaba iluminada por el tibio sol de la recién estrenada primavera. Los responsables de Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos eran conscientes de que estaban haciendo historia. Se habían convertido en los protagonistas de un proyecto político de gran alcance: la fundación de la Comunidad Económica Europa y de la Comunidad Europea de la Energía Atómica, que, unido al tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, fueron los pilares sobre los que se asentó la actual Unión Europea.

En las delegaciones se revisaban los papeles. Se ensayaría una y otra vez el protocolo. La Colina Capitolina lucía sus mejores galas para enmarcar un momento histórico en el devenir de Europa. Todos eran políticos maduros que habían vivido la barbarie y la destrucción provocada en las dos guerras mundiales. Su experiencia vital les había impulsado a luchar para conseguir que Europa se convirtiera en la morada de la paz y en un ejemplo de unión transnacional para el mundo. Todos ellos, en el último tramo de una vida entregada al servicio público, iniciaron un camino que parecía una utopía destinada al fracaso. El aldabonazo de W. Churchill en 1946 que conminaba a los europeos a unirse porque compartimos unos valores comunes; la afirmación de K. Adenauer de que había que conseguir poner todos los medios para conseguir una reconciliación profunda y duradera, y la rotundidad de J. Monnet que ponía a Europa ante su destino: unirse o desaparecer. Todos estos avisos animaron a los europeos, superaron muchas dificultades y prejuicios que se imponían en un camino difícil y complicado para conseguir alcanzar la unidad respetando la diversidad.

La Primera Guerra Mundial destruyó una vieja y decadente Europa que no podía asumir el liderazgo mundial. La Segunda fue necesaria para generar la condiciones de un renacer europeo en el contexto mundial. Durante los once años que van desde el discurso de Churchill hasta la firma del Tratado de Roma, los europeos vivieron con miedo a las nuevas dictaduras que estaban surgiendo, a que se desatara una nueva conflagración bélica y a que todo el esfuerzo por aunar voluntades se desmoronara como un castillo de naipes para sumir a Europa en una nueva época oscura y sometida al poder mundial bipolar que se estaba asentando.

El miedo no paralizó a los líderes europeos. Las diferencias con la URSS tampoco. Las veleidades del Reino Unido sirvieron de acicate para seguir adelante. El proceso no se detuvo y ninguna fuerza, por poderosa que se mostrara, logró acabar con el sueño de los europeos. La unidad, ayer, hoy y mañana es y será una tarea de todos, una exigencia de la dinámica de los tiempos y una necesidad insoslayable e ineludible. La construcción europea se abrió camino tomando como guía la realización social y vigencia política de unos valores que las guerras habían arrinconado: paz, libertad, justicia, igualdad, pluralismo, solidaridad, democracia, etc. R. Schuman, uno de los políticos más activos en el proceso, afirmó que lo nacional se desarrollaba y se completaba en el ámbito supranacional. Por eso, la Unión Europa es y será necesaria, porque así como el vivir de los seres humanos se perfecciona en el convivir con otros, una nación se proyecta hasta límites insospechado manteniendo una relación de amistad, cooperación y coordinación con otras.

¿Cuál es el futuro de Europa en el siglo XXI? Como decía un ministro de Carlos III, el mundo se está haciendo del todo nuevo. La crisis financiera, económica, política y social que estamos dejando atrás nos impone un cambio de mentalidad y de forma de entender nuestro planeta y su desarrollo. La política ahora es global y multilateral. Europa se encuentra entre dos fuerzas capaces de destruir lo más fuerte y sólido. Esa posición intermedia entre los EEUU y la Federación Rusa es un riesgo, pero también una oportunidad. Tenemos la responsabilidad histórica de jugar el papel de fiel de la balanza y moderar las apetencias de ambos contendientes. El riesgo radica en no acertar con la posición y verse engullidos por ambos. La encrucijada exige volver a revivir la grandeza del legado civilizador de Europa: la dignidad de la persona, la libertad y la responsabilidad de la iniciativa individual y colectiva. Eso es pensar en grande y proyectarse hacia el infinito. Europa es una realidad y vive sus días entre la esperanza y la incertidumbre. En este 60 aniversario del proyecto histórico más importante de varias generaciones, olvidemos la incertidumbre y adentrémonos con velas desplegadas hinchadas por la esperanza en un futuro mejor que tenemos que construir entre todos y para todos.

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