El Teatro Auditorio de Roquetas de Mar se llenó anoche para celebrar una de las galas más singulares que ha albergado este edificio. Bajo el título 'Seréis mis testigos' el evento estuvo presidido por Ángelo Amato, cardenal y prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, quien se acompañó del presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Ricardo Blázquez, y numerosos obispos encabezados por el Obispo de Almería, Adolfo González Montes. La gala estaba llamada a convertirse en un acto de bienvenida para parte de los peregrinos que hoy acudirán a la Beatificación de Los Mártires de Almería.

La velada se inició con un vídeo sobre los mártires almerienses con una explicación del vicario judicial y delegado de las Causas de los Santos de Almería, José Juan Alarcón, y testimonios de la concejal del Ayuntamiento de Almería, Rafaela Abad, sobre su abuelo mártir, de Ginés Valera, sobre su tío Tomás Valera, del canónigo Juan Torrecillas Cano, sobrino del siervo de Dios José Cano, y de María Ángeles Roda, que conoció a Emilia 'la canastera' en prisión (la primera gitana que será beatificada hoy).

Bajo los sones de la primera de las piezas musicales de la noche -'Mi amargura', interpretada por la Unión Musical de Roquetas, cayó uno de los telones del fondo del escenario para mostrar al Cristo en su Divina Misericordia, titular de la Hermandad de los Dolores de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario de Roquetas de Mar y obra de Luis Álvarez Duarte.

La artista María José Santiago abrió su esperada actuación con una saeta previa a una segunda parte de la velada se han podido escuchar tres testimonios en directo sobre el beato Diego Ventaja, Emilia Fernández y sobre la persecución de los cristianos en la actualidad. Tras ellos, nuevas actuaciones musicales han dado paso a la interpretación del Himno compuesto para la Beatificación por parte del Coro y Orquesta de Roquetas. El himno ha sido compuesto por Monseñor Bernardo Ávila Ortega con letra del canónigo Juan Torrecilla Cano y expresa cómo el fruto de la semilla de fe que plantó San Indalecio, llega hasta nuestros días con el testimonio de amor a Cristo y a los hermanos, que los mártires nos dan.