Envejecimiento y sanidad

Vemos como el sistema asume con dificultad cuestiones más allá de la salud

Es una evidencia que, al igual que en la mayoría de los países europeos, España presenta un incremento continuo del porcentaje de personas mayores de 65 años que se ha duplicado en poco más de dos décadas. Los expertos nos aportan previsiones según las cuales para el año 2050 los mayores de 65 años supondrán el 36% de la población y podríamos ser la tercera nación más envejecida del mundo por detrás de Japón y Corea. Las consecuencias de una situación como la descrita ya las estamos viendo en nuestros días; el sistema de pensiones sufre las tensiones propias de una insuficiencia financiera y en el ámbito sanitario, los servicios de salud afrontan las tensiones propias de las necesidades sanitarias y sociales que requiere una población que está afectada de enfermedades crónicas y otras necesidades derivadas de la demanda de apoyo sociosanitario que buena parte de esta población necesita ver resueltas.

El sistema sanitario requiere una reorientación. Buena parte de los cuidados sanitarios que necesitan los mayores han de ser desarrollados por profesionales de enfermería y ello, además de requerir un replanteamiento al alza del número de profesionales, implica una adecuación de los perfiles profesionales.

Por otra parte, se hace necesario que de manera sistemática se haga seguimiento fármacoterapéutico para asegurar que los fármacos obtienen los resultados que de ellos se esperan y para detectar precozmente posibles problemas y efectos adversos y poner solución a los mismos.

Esto conlleva reforzar el trabajo en equipo de las diferentes profesiones sanitarias y reforzar el papel de la enfermería en el uso de medicamentos y una mayor incorporación del conocimiento experto en esta materia que es un patrimonio de los farmacéuticos.

Pero es evidente que la atención a la población mayor de 65 años no está bien resuelta en nuestro país en lo que se refiere a cuidados que no son puramente de asistencia sanitaria. Me refiero a lo que se ha venido en llamar los cuidados sociosanitarios intermedios. Con esta denominación se engloban las prestaciones y actividades que requieren los pacientes en transición entre el hospital de agudos y su domicilio.

Desde un punto de vista profesional, se asume que este tipo de cuidados, que no tiene que ofrecerse desde el ámbito de los servicios sanitarios, mejoran la satisfacción del paciente, reducen el numero de readmisiones hospitalarias y la utilización de las urgencias y descargan la necesidad de asistencia en los centros de hospitalización de agudos.

La cuestión que se desprende de este somero análisis es simple: cómo debe responder nuestro país a la necesidad de articular una red de cuidados sociosanitarios que resuelva de manera eficaz los problemas de esta naturaleza que afectan a la población mayor.

España lleva un cierto retraso porque ya hace algún tiempo que sabemos de las necesidades a resolver y vemos como el sistema sanitario asume con dificultad necesidades que no son propiamente necesidades asistenciales de salud. Y en la medida que las previsiones de futuro apuntan a un incremento tal como se indica al inicio de esta reflexión, se hace más urgente actuar.

Lo que nos lleva a reclamar y a esperar que los diferentes agentes implicados sean capaces de trabajar con inteligencia colectiva para hacer bien los deberes y, de esa manera, ganar el futuro con más bienestar y con más salud.

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