Toros

Rafaelillo sale a hombros

  • El murciano cierra los Sanfermines por la puerta grande

  • Javier Castaño y Rubén Pinar son premiados con sendas orejas

  • Corrida de Miura, en el tipo y de juego desigual

Rafaelillo, ayer, en su salida a hombros de la plaza de Pamplona.

Rafaelillo, ayer, en su salida a hombros de la plaza de Pamplona. / jesús diges / efe

En la jornada de ayer se cerraron los Sanfermines 2017, una feria en la que se han concedido numerosos premios que no han sido de ley para una plaza de primera.

La corrida de Miura, en el tipo de la casa y de juego desigual, marcada por la flojedad, fue material potable para que el siempre peleón Rafael Rubio Rafaelillo consiguiera salir a hombros, entre tanto Javier Castaño y Rubén Pinar cortaran sendas orejas.

Rafaelillo, con el alto, cornidelantero y flojísimo primer toro, al que recibió con una larga cambiada de rodillas y un farol, tiró de oficio en un trasteo en el que faltó un oponente con poder. Lo mejor lo consiguió por el pitón izquierdo, el mejor del toro, al que despachó de una estocada casi entera para cobrar su primera oreja, tras petición minoritaria. Premio de escaso valor.

El cuarto era un pájaro de ¡660 kilos!, el de mayor peso de la feria, tan largo como un tranvía y al que le faltó fuerza y franqueza en sus embestidas. Rafaelillo lo recibió de rodillas y en uno de los lances de pie vio cómo el animalito le desarmaba el chaleco. En el animoso trasteo resultó cogido por el pitón izquierdo y la terrible caída fue para partirse la columna. Afortunadamente, el murciano, que no había sido calado, se repuso y sin chaleco, sin apenas poder respirar, tiró de casta y robó algunos muletazos. Sonó un aviso antes de entrar a matar, suerte en la que tras pinchazo y estocada certera cobró otra oreja, pasaporte para la salida a hombros. Rafaelillo, antes de recibirla, emocionado, lloraba sentado en el estribo.

Javier Castaño recetó una estocada de libro -por sí misma valía una oreja-, a su primero, que resultó muy flojo y manejable y que perdió las manos en la faena hasta en tres ocasiones, por lo que se defendió, Castaño anduvo dispuesto en una labor muy extensa que remató con una gran estocada hasta la mano para cobrar el premio.

El colorao quinto, de perchas enormes, se quedaba muy corto. Castaño comenzó la faena con un par de muletazos sentado en la silla -suerte añeja-. A partir de ahí, tuvo que emplearse en la lidia con un animal complicado. Falló con los aceros y fue ovacionado.

Rubén Pinar, con disposición, realizó una labor correcta, aunque muy larga, al feo tercer toro, que se defendía. En la batalla recibió como regalo un pitonazo en la mejilla cuando entraba a matar en el segundo envite. Fue silenciado.

Pinar contó con el mejor lote del desigual encierro, un sexto que embistió con nobleza ante el que concretó una labor voluntariosa por ambos pitones, consiguiendo algunos muletazos estimables. Tras un bajonazo fue premiado con una oreja.

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