Paseo Abajo

Juan Torrijos

Port of spain

Es difícil no recordar a Christian si traspasas las puertas del Port of Spain, o a Titico y sus charlas de política

Almería ha ido perdiendo entrañables rincones, lugares por donde ha discurrido la savia de esta ciudad y de su gente durante años, en esas tardes y noches que se nos hacían mágicas y en las que buscábamos en la música, en la palabra, en el encuentro con el otro el vivir de cada ocasión y momento del día. Amores que nacían ente copas, instantáneas que aún perduran en nuestras retinas cuando nos acercamos a esos paisajes perdidos, a esos lugares que se han muerto y que con su desaparición se han perdido las estancias donde guardábamos algunos de nuestros más hermosos recuerdos.

Es difícil no recordar a Christian si traspasas la puerta de Port of Spain, su castellano preñado de acento francés, sus largas historias de la guerra, sus confidencias sobre los pied-noir y su llagada a la costa de Almería. Cómo olvidar los ratos con Fausto Romera en sus cómodos sillones. Uno de esos vecinos que se caía de la cama y desayunaba con Christian. Aquel Port de los años setenta sigue como el primer día, y diría que mejorado. Hace unas noches tuve la oportunidad de volver a vivirlo, y de evocar en directo lo que fue para la Almería de aquellos años. Era un antro de libertad y felicidad, permítanme decir lo de antro con el debido respeto que para los de entonces tenía aquella expresión cuando de locales como este se trataba.

Tote de Simón, del que tendremos que escribir otro día de su faceta de escritor, funcionario y trotamundos de eventos y espectáculos, nos invitaba a un concierto sobre la música de Sinatra. Y el lugar elegido, el Port, surgía magnífico ante la música y la voz de Sinatra. La primera sorpresa al llegar es el abrazo entrañable con Miguel Saavedra, cuantos años Miguel sin darnos un abrazo, cuántos sin escucharte, sin ver tus manos volar sobre las teclas del piano. Con la voz de John Vincet, y las músicas de Juanjo Ramírez y Juanjo Muñoz, a las sesenta personas que nos reuníamos tras la llamada de Tote, nos hicieron vivir una noche paseando por Nueva York, haciéndolo a nuestra manera, sintiéndonos extraños en la noche, o siendo la chica de Ipanema.

Nos parecía como volver a los tiempos perdidos del cabaret, de Molinos Rojos, Tropicana. Aquellos con los que acabó la tele en su día, y que hoy tienden a renacer ante una pantalla que se hace más grande dentro de casa, pero con menos contenido en su interior. Es de agradecer que haya gente como mi querido Tote de Simón, hoy acompañado con su pulpo, algo que tendré que explicarles, y nos ofrezca la oportunidad de volver a vivir en vivo en directo, los viejos recuerdos de aquellos setenta. Gracias, Tote.

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