Almería

Violencia de género (III): Concha Robles Pérez

  • En el teatro Cervantes, inaugurado el año anterior, la trágica muerte de la actriz Concha Robles a manos de su marido -comandante de Caballería- conmocionó a Almería la noche del 21 de enero de 1922

HAY quienes se dedican impunemente a propalar cuentos chinos en forma de leyendas y relatos asustaviejas. Historietas en las que cualquier parecido con la realidad se asemeja lo que un huevo a una castaña. Como si en tiempos pretéritos no hubiésemos padecido a bastantes embaucadores expertos en ocultismo y adivinación, sucesos paranormales, duendes y ruidos extraños, espectros del más allá aparecidos a los de más acá e inclasificables gilipolleces varias, ahora sufrimos a otros especímenes más cercanos al friquismo pesetero que a la investigación seria y reglada. Con libelos al parecer de fácil venta. Y es que como sentenciaba el Guerra (el político no, el torero): hay gente pa tó. El problema surge cuando se involucra a determinadas personas ya fallecidas; exponiéndose, es una posibilidad, a un serio digusto por tergiversar hechos, fechas y ofender la memoria de esos difuntos.

Cuento todo esto porque, además, me duele que la calidad humana y artística de la actriz dramática Conchita Robles Pérez, querida y admirada en la ciudad, pase a la intrahistoria local como el fantasma que se enseñorea ¿por qué, para qué? del teatro Cervantes. Me indigna que un tan premeditado como alevoso crimen machista se reduzca a supercherías sobre apariciones incorpóreas. Para fantasma se basta y sobra el friqui melifluo y egocéntrico. En el polo opuesto se encuentran cuatro estudiantes del IES "Bahía de Almería" (Ainhoa Collar, Beatríz Plaza, Miguel Revueltas, Rita María Rodríguez) que tras un brillante trabajo interdisciplinar lograron una meritoria mención en el XV Premio de Investigación Educativa San Viator, recogida de manos del anterior ministro de Educación y Ciencia, Ángel Gabilondo. En este memorándum -inédito y bien documentado- se testimonian los valores de una mujer decidida, víctima de la maldad de un marido demente, y la relación de aquella respecto a la actual violencia de género (al grupo de jóvenes le debo las ilustraciones que mañana publicaré). Un crimen que sin ser el primero en nuestra capital, ni muchísimo menos, sí fue el que originó mayor escándalo y difusión nacional.

De la Almedina al Cervantes

María Concepción del Pilar, Fe, Juana Robles Pérez nació el 7 de octubre de 1887 en la populosa calle Real de la Almedina (domicilio de su tío José, concertista de guitarra). Desde enero de 2010 una modesta placa la recuerda en la fachada del nº 14, dedicada por el Ayuntamiento a solicitud de la AA.VV. Casco Histórico. Su niñez y adolescencia discurrió en la cercana vivienda familiar de c/. Clarín, hasta que se trasladaron a Madrid. Hija de Pura Pérez Vela (perteneciente a una burguesa saga de políticos y abogados) y de Juan Robles Yáñez, guitarrista (alumno distinguido de D. Julián Arcas), quien en documentos oficiales figura indistintamente como "artista" y "empleado" (tramoyista del Teatro-circo Variedades, en el Paseo). Concha era nieta paterna de un fundador (1852) de la Banda de Música de Almería y a sus 35 años no cumplidos estaba considerada una de las más sólidas actrices de la escena española y primera figura de la Compañía Tudela y Monteagudo. Con ella regresó a Almería para interpretar el abono en que se incluían obras dramáticas y comedias como El marqués de Chin-Lung (con esta debutaron el día 14), Las Flores, La verdad de las mentiras, Santa Isabel de Ceres, El gran Galeote y La huelga de los herreros.

De intachable moralidad, enérgica, de ideas progresistas y amiga de Carmen de Burgos "Colombine" (su hija María Álvarez, también actriz, remitió desde Madrid un solidario telegrama de condolencia). Poseedora de una suave belleza y exquisita voz, capaz de cantar cuplés a la altura -aquí exageraban- de Pastora Imperio, se había casado el 26 de julio de 1916, en Madrid, con Carlos Berdugo (con "b") Boti, comandante de Caballería. Viudo, con dos hijas de sus primeras nupcias y doce años mayor que nuestra paisana. Violento, celoso y posesivo, su relación marital resultó tormentosa y en ella sobraron vejaciones y, según la infortunada, lesiones físicas. El militar logró que Conchita abandonara su profesión, aunque transcurridos un tiempo reanudó la brillante carrera interrumpida (creyendo que a él le haría ilusión, le remitía las críticas favorables de allí donde actuaba). El regreso a las tablas nunca se le perdonó el iracundo esposo; y en estas circunstancias, separados de hecho -el mes anterior al crimen el juez que entendía la causa había fallado a favor de ella la solicitud de divorcio-, consumó la venganza precisamente en Almería.

Primer y único acto

Con inusitada expectación y el aforo vendido, el teatro Cervantes abrió sus puertas para continuar con el abono en cartel. En el primer acto de Santa Isabel de Ceres ("tragedia popular en cinco actos, original de Alfonso Vidal y Planas", a la que volveremos mañana), Concha hace un mutis. Cuando se dispone a regresar a las candilejas, desde su camerino observa horrorizada la presencia del ya prácticamente exmarido portando una pistola (había entrado fingiendo ser empresario teatral). Creyéndose así a salvo, se coloca detrás de un chaval de 16 años, Manuel Aguilar Ruescas, aprendiz de la imprenta de Celedonio Peláez, repartidor de la cartelería (aunque en el consejo de Guerra se afirma que es tramoyista). Suenan varios disparos y los espectadores irrumpen en una cerrada ovación, convencidos que se trataba de unos bien logrados efectos especiales, propios de la trama argumental. Sin llegar a comprender del todo la magnitud del suceso, muestran su desconcierto cuando el joven, asomándose al patio de butacas grita que los tiros son de verdad, que le han disparado a quemarropa. Ante el revuelo general aparece Conchita moribunda, mientras otra actriz, esta ilesa, se lanza sobre el foso de la orquesta dirigida por el músico almeriense José Sánchez de la Higuera. Cae el telón. El director teatral, Alfonso Tudela, al borde del escenario, confirma la cruda realidad. La recuestan sobre un sofá, donde agoniza a pesar de los esfuerzos de varios médicos presentes (Godoy Ramírez, Gómez Campana, Pelegrín Rodríguez, padre e hijo) quienes le atienden apresuradamente de unas heridas mortales en el tórax y cuello. Al chiquillo lo trasladan a la Casa de Socorro de la calle Murcia y seguidamente, ante la gravedad de su estado, al Hospital Provincial, donde fallecería al despuntar el alba. Aún se escucharía otra detonación en el coliseo: Berdugo Boti se intentó suicidar disparándose con la browing en la sien derecha. Una herida de la que asombrosamente no finiquitó, aunque al día siguiente los doctores Arráez y Gómez tuvieron que extirparle un ojo. Esto por la mañana, y por la tarde el entierro de los dos desdichados. El juez que la misma noche de autos se hizo cargo del caso, autorizó (antes de la preceptiva auptosia) que a ella la velaran en la en casa de sus primas Matilde y Anita García Pérez (calle El Pueblo, antes Cosario) y a Manuel Aguilar Ruescas en el Hospital Provincial. Del entierro y otros "flecos" del doble crimen me ocuparé igualmente mañana.

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