Cuando un entrenador alinea un once diferente en cada jornada es sinónimo de que no tiene las cosas muy claras. Es loable y acertado variar una filosofía de juego para hacer daño o atacar los puntos débiles del rival, pero los cambios tan radicales que ha llevado Lillo a cabo y el paupérrimo resultado que ha conseguido con ello denotan que no ha dado con la tecla adecuada, que todavía queda mucho trabajo si no opta por la coherencia y piensa seguir exprimiendo su particular manual de entender el fútbol.

El técnico tolosarra no termina de encontrar un equilibrio defensa-ataque ni hace funcionar como le gustaría un centro del campo compuesto por un trivote de mucho músculo, pero al que le cuesta un mundo crear fútbol. Pero quizás el principal pecado que ha cometido es ir contra el sentido común y prescindir tanto en el Reyno de Navarra como en Cornellá de dos jugadores importantes en el apartado ofensivo: ante Osasuna jugó sin delantero centro, con la rara teoría de Corona como hombre para abrir espacios en la defensa visitante, y el pasado sábado lo hizo sin mediapunta, lo que obligó a Ulloa a bajar a recibir balones y facilitaba la labor de la zaga blanquiazul, que defendía tranquilamente lejos del área de Kameni.

En lo que se refiere al centro del campo, es comprensible formar un trivote de mucho trabajo defensivo si se juega con defensa de tres, como lo hizo en los dos primeros partidos. Pero tras quedar en evidencia ante la Real, el técnico hizo lo coherente y volvió a la zaga de cuatro, lo que tenía que haber provocado un cambio en la guardia pretoriana M'bami-Bernardello-Vargas, puesto que en ocasiones se solapan funciones y el equipo pierde poderío ofensivo. En Barcelona el apartado defensivo funcionó correctamente, aunque se echó de menos la aportación y el trabajo entre líneas de Valeri o Corona.