graderío

Ramón Gómez-Vivancos García

Lucas, mi entrenador

SI se hubiesen celebrado unas hipotéticas elecciones para elegir al nuevo técnico, contando con los candidatos que públicamente saltaron a la palestra, me jugaría lo que fuese a que Lucas Alcaraz no hubiera ganado. Lo afirmo porque días antes de la elección del granadino, visité innumerables foros en internet y obtuve suficientes evidencias a pie de calle. Eso sí, desde su elección, como segundo plato, Lucas Alcaraz es mi nuevo entrenador y, como tal, le deseo lo mejor. Lo admito, no estaba entre mis favoritos, no porque sea defensivo ni nada de eso (yo paso del juego bonito, prefiero que mi equipo juegue mal y gane de penalti injusto), sino porque su historial es insulso, pese a que cosecha dos ascensos. Tantos años seguidos entrenando dan para que incluso Fabri, el técnico más desdeñado del Mediterráneo, tenga un ascenso en su expediente. En cualquier caso, repito, ahora es el entrenador del equipo de mi alma y eso es sagrado. Si desde mi modesto punto de vista comete algún error, se le criticará (para eso es profesional) como a sus antecesores; también ensalzaré sus aciertos.

Para empezar, el granadino comenzó con buen pie en su presentación, al apelar a la ilusión. Ahí, dio en la tecla conociendo el sentir actual de gran parte de su plantilla. Quien no estuvo a la altura fue, de nuevo, Alberto Benito. Su inadecuado vestuario en dicha presentación, su explicación sobre el perfil de entrenador que se buscaba y su equiparación de los delanteros altos y rematadores con los bajitos y profundos, nos demuestra algo evidente: si Alfonso García, que por razones obligadas no pudo dar la bienvenida a Alcaraz, titubea, la nave se tambalea. Por cierto, ¿por qué no se cuenta más con los que realmente valen, como Manolo García?

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