EN El árbol de la ciencia, Pío Baroja planteaba la peliaguda tesis de que el aumento de conocimiento provoca infelicidad. Cierto es que el exceso de información nos proporciona herramientas para entender la sinrazón y la injusticia de las reglas con las que hemos decidido (y el plural hay que asumirlo) gobernar este mundo y causa en los seres sensibles una angustia y un desasosiego difíciles de dominar. Si de algo nos está sirviendo esta crisis es para darnos cuenta, de nuevo, que sabemos poco del sistema en el que nos movemos. Basta darse una vuelta por los minutos dedicados a economía y política de cualquier informativo para verse enredado en una maraña de términos que, hasta hace bien poco, nos resultaban totalmente ajenos, pero que estaban ahí, escondidos bajo una sintaxis oscura, decidiendo nuestro destino. El saber no es, entonces, el problema. Lo malo, infeliz, es creer que sabes.