palabrería

Pablo / Moro

Mirar por el dinero

Lo bueno de crecer es que uno acaba compartiendo la gestión de las necesidades básicas de una persona

HACE años, cuando las pesetas aún no eran "antiguas", el Banco de España acuñó un modelo de moneda con un agujero en el medio. Eran los cinco duros de toda la vida en una nueva versión que propiciaba un chiste fácil y poco ingenioso para los niños de entonces, agotados de escuchar a sus progenitores decir que "había que mirar por el dinero". Ninguno de los preadolescentes que asomábamos las pupilas sonrientes al centro de aquel círculo dorado, podíamos imaginar hasta qué punto íbamos a convertirnos en nuestros padres ni de qué extrema manera, esa ley, iba a ser fundamental en nuestra vida.

Evidentemente, esa expresión, "mirar por el dinero", no es más que una representación del sentido común; la necesidad de establecer un orden de prioridades de gasto que repercuta en nuestra calidad de vida. ¿Cuántas veces habremos visto a un niño llorar o resignarse apenado ante el flamante nuevo juguete del mercado, desolado ante la firme negación de sus creadores?

Lo bueno de crecer es que uno acaba entendiendo aquellas "pequeñas injusticias" y compartiendo la gestión de las necesidades básicas de una persona, que no son otra cosa que sus derechos fundamentales. Lo malo es darse cuenta, en la edad adulta, de que el gobierno son los padres. Sobretodo si éste se empeña en cambiar el orden natural de las cosas y convertir lo básico en fútil con la misma excusa de la falta de recursos y un paternalismo despreciable. Como no hay dinero para nada aceptamos, cariacontecidos, pagar el hospital como un hotel, que nos cobren por sacar el coche del garaje o el coste de la tiza de las escuelas.

Aquellos niños de entonces no imaginaban todo lo que aquella moneda de 25 pesetas podía llegar a representar: no sólo tenían que mirar por su agujero sino que además, pronto, ahora, tendrían que pasar por él.

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