CON PASIÓN

Ramón Gómez-Vivancos

Almería con otros ojos

EL pasado verano tuve la oportunidad de visitar Marbella con asiduidad y, como en todos mis viajes, traté de extraer conclusiones con la intención de examinar las virtudes y los defectos de cada lugar y comprobar a posteriori el valor real de nuestra tierra.

El resultado siempre suele ser el mismo: Almería es una joya, pero quizá no sepamos valorar y sobre todo vender nuestro producto. Para eso nos lo tenemos que creer, si bien me temo que no es así. El ambiente que se respiraba en Marbella, en su paseo marítimo, era excepcional. Lo marbellíes multiplicaban por seis las excelencias de su tierra y comprobé cómo trataban de esconder las deficiencias.

Nunca me encontré con un autóctono que denunciara alguna imperfección más allá del calor y de los horarios intempestivos de los miles de visitantes extranjeros. Y eso que cuando a uno le daba por mirar hacia la playa sentía vergüenza ajena: agua turbia y sucia, junto a molestas rocas, dibujaban un escenario en teoría esencial para la joya de la Costa del Sol, denominación que por cierto creó para nuestra provincia el propietario del antiguo Hotel Simón, Rodolfo Lussnigg, que precisamente abandonó Málaga cautivado por el sol de Almería.

Estoy convencido de que tenemos un producto excepcional del cual otros carecen, pero que sin querer, o queriendo, infravaloramos con frecuencia. Nos falta ponerle pasión, orgullo e incluso un poco de exageración al asunto. El día que empecemos a enterrar aquella manida expresión de que somos el culo del mundo y miremos con otros ojos a lo que nos rodea, igual nos damos cuenta de que no sólo tenemos playas, sino que por ejemplo nuestra capital cuenta con un atractivo único que, eso sí, habría que preservar. Nuestra Alcazaba necesita una rápida intervención por parte de la Junta, así como la creación de un patronato exclusivo como hace un año propuso nuestro alcalde. Vamos a dejarnos de tanto proyecto de perfil bajo, superfluo, de tanta mediocridad instalada en la sociedad almeriense, y luchemos por objetivos de más enjundia.

Tenemos que diferenciarnos, dejar de copiar las costumbres ajenas, potenciar lo autóctono, reivindicar lo exclusivo y ponerlo en relieve, como los refugios de la guerra civil, joya de la corona con la que por ejemplo nos podemos distinguir del resto de las ciudades españolas gracias a la acertada remodelación por parte del arquitecto José Ángel Ferrer. Incluso nos haría falta ir más por libre, siempre dentro de la legalidad pero con cierta habilidad, en vez de cumplir al dedillo con las reglas que otros se saltan a la torera. Y es que parafraseando a Unamuno, ¡me duele Almería!

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